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Me muero de hambre, y aunque a Dios gracias, no tengo nadie que dependa de , necesito trabajar. Conozco algo de jardinería.... Amigo, dijo el Padre Hurtado, en esta casa no tenemos jardín. He trabajado como albañil. En esta casa, gracias a Dios, no hay reparaciones ni obras que hacer por el momento. Padre, yo le ruego, yo le suplico que me proporcione algo.

Dime, Rorró: ¿me quieres así, tanto como dices, como yo te quiero a ? Comenzaba la conversación, y seguía, y pasaba el tiempo, y no sentíamos correr las horas, felices, dichosos, con la dicha de los que aman y son amados. Nos dio por la jardinería. Preparamos los cuadros y sembramos rosales, claveles, lirios, azucenas, que nos prometían para la próxima primavera abundantes flores.

Al lado de un grupo o cesto de dalias crecía una esparraguera, y a la vista de un magnífico macizo de cannas índicas y calladium prosperaba un bosque de alcachofas y un cuadro de berzas de la Alsacia. En una de las esquinas había un gran tendejón donde yacían hacinados muebles viejos de la casa, algunos coches estropeados, aperos de jardinería, etc., etc.

Se hallaba tan embebida en las profundidades de alguna combinación referente al ramo de jardinería, que se dejaba tostar sin piedad por un magnífico sol iracundo y soberbio, como pocas veces solía estarlo. Desde la última vez que la vimos había experimentado en su figura algún leve cambio, no muy fácil de definir. Acababa de cumplir los catorce años.

En el opuesto lado de la huerta, que era el sitio más apartado y feo, había un tinglado, bajo el cual se veían tiestos vacíos o rotos, un montón de mantillo que parecía café molido, dos carretillas, regaderas y varios instrumentos de jardinería.

En el inmenso valle, los naranjales como un oleaje aterciopelado; las cercas y vallados de vegetación menos obscura, cortando la tierra carmesí en geométricas formas; los grupos de palmeras agitando sus surtidores de plumas, como chorros de hojas que quisieran tocar el cielo cayendo después con lánguido desmayo; villas azules y de color de rosa, entre macizos de jardinería; blancas alquerías casi ocultas tras el verde bullón de un bosquecillo; las altas chimeneas de las máquinas de riego, amarillentas como cirios con la punta chamuscada; Alcira, con sus casas apiñadas en la isla y desbordándose en la orilla opuesta, toda ella de un color mate de hueso, acribillada de ventanitas, como roída por una viruela de negros agujeros.

En lo humano, era Luz una de estas plantas. No es de extrañar que al salir de su estufa sintiera la impresión de otro ambiente más frío, y que esta impresión no le fuera agradable. Hay que decir algo sobre la realidad envuelta en estos simbolismos de jardinería, para que el lector no extravíe su juicio sobre el carácter que debe conocer a fondo entre la hojarasca de las imágenes.

Á medida que la conocían, iban tomando confianza, que hubo de tocar no pocas veces en familiaridad. Pedro solía acompañarla en estas excursiones, lo mismo que en los trabajos matinales de jardinería. El pobre debía de aburrirse de un modo lastimoso en aquellas sesiones en que la condesa servía de paño de lágrimas, pero no lo demostraba.

Haga el favor de llevarme allí dijo Julián levantándose y limpiándose apresuradamente los labios sin desdoblar la servilleta. Antes de dar con el marqués, recorrieron el capellán y su guía casi toda la huerta. Aquella vasta extensión de terreno debía haber sido en otro tiempo cultivada con primor y engalanada con los adornos de la jardinería simétrica y geométrica cuya moda nos vino de Francia.

Su vieja jardinería le recordaba los parterres de la Moncloa, pero más solitarios, más campestres, sin encontrar en sus avenidas otros paseantes que algún chicuelo del barrio con el cántaro al hombro. Además, le alegraba el canto perpetuo del chorro cayendo desde el caño dorado en un tazón de cuatro círculos.