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Recordaba con pavor ciertas historias de la huerta oídas en la fábrica: el miedo de las jóvenes á Pimentó y otros jaques de los que se reunían en casa de Copa: desalmados que, aprovechándose de la obscuridad, empujaban á las muchachas solas al fondo de las regaderas en seco ó las hacían caer detrás de los pajares.

Cuando yo tenía tu edad, sabía vengarme de una muchacha mejor que dijo riéndose papá, quien nunca desperdiciaba la ocasión de decir una broma. ¿Y cómo se hace? preguntó mi primo. ¡Bah! ¡Si no lo sabes! replicó papá. Se le da un beso, señor Roberto dijo un viejo jardinero que pasaba justamente con sus regaderas.

En el opuesto lado de la huerta, que era el sitio más apartado y feo, había un tinglado, bajo el cual se veían tiestos vacíos o rotos, un montón de mantillo que parecía café molido, dos carretillas, regaderas y varios instrumentos de jardinería.

Y del palacio se sale al jardín, que es la primera maravilla. De rosas nada más, hay cuatro mil quinientas diferentes: hay una rosa casi azul. En una tienda de listas blancas y rojas venden unas mujeres jóvenes las podaderas afiladas, los rastrillos de acero pulido, las regaderas como de juguete con que se trabaja en los jardines.

Después, a la caída del sol, entraba en la capillita donde yacían los difuntos de su familia, guardaba los azadones, los rastrillos, las grandes regaderas, todo esto tranquilamente, con la serenidad de un jardinero de cementerio.

Y mandó que luego otro dia, que cada uno de los del Cuzco, como le habia cabido la suerte de las tierras, saliesen á las aderezar y reparar y hacer sus caños y regaderas, todo lo cual fuese reparado y hecho de piedra de cantería, porque fuese el tal edificio de tal manera hecho, que para perpétuamente durase, mandándoles que pusiesen sus linderos y mojones altos, de tal manera hechos, que nunca se perdiesen, debajo de los cuales mojones y de cada uno dellos fuese puesta cierta carga de carbon, diciendo, que si en algun tiempo se cayese el mojon, que por el carbon que allí se hallase conocerian los linderos de las tales tierras.

Sorprendidos los campesinos por la invasión de aquel azote nunca visto, arrojaban las regaderas, llamaban a sus vecinos, reclamaban el auxilio de los guardias rurales, exigían que les indemnizasen los daños y perjuicios, y lanzábanse en persecución de los cazadores. ¡Victoria! ¡el gato ya está preso! Hase arrojado a un pozo. ¡Cubos! ¡cuerdas! ¡escalas!