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40 Aportillaste todos sus vallados; has quebrantado sus fortalezas. 41 Lo saquean todos los que pasaron por el camino; es oprobio a sus vecinos. 42 Has ensalzado la diestra de sus enemigos; has alegrado a todos sus adversarios. 43 Embotaste asimismo el filo de su espada, y no lo levantaste en la batalla. 44 Hiciste cesar su claridad, y echaste su trono por tierra.

Una pacificadora serenidad emana de las húmedas selvas, de vez en cuando interrumpidas por anchos vallados en que la mirada se refresca como en un baño de verdor... El inspector general ha cerrado la carpeta del expediente y la ha metido en su valija. Después vuelve a la ventanilla del vagón y apoyándose de codos en ella respira con avidez el fuerte olor de la tierra refrescada por la lluvia.

Y de sus bosquecillos de naranjos, y arroyos sosegados y blancos caseríos esparcidos aquí y allá dejó escapar millones de reflejos que se perdieron con dulce misterio en el aire. En ciertos parajes se extendían grandes sábanas argentadas donde se percibían con admirable claridad las siluetas de los árboles y vallados; en otros se acumulaban las sombras protegiendo el sueño de las plantas.

En el inmenso valle, los naranjales como un oleaje aterciopelado; las cercas y vallados de vegetación menos obscura, cortando la tierra carmesí en geométricas formas; los grupos de palmeras agitando sus surtidores de plumas, como chorros de hojas que quisieran tocar el cielo cayendo después con lánguido desmayo; villas azules y de color de rosa, entre macizos de jardinería; blancas alquerías casi ocultas tras el verde bullón de un bosquecillo; las altas chimeneas de las máquinas de riego, amarillentas como cirios con la punta chamuscada; Alcira, con sus casas apiñadas en la isla y desbordándose en la orilla opuesta, toda ella de un color mate de hueso, acribillada de ventanitas, como roída por una viruela de negros agujeros.

22 Y dijo el siervo: Señor, hecho es como mandaste, y aún hay lugar. 23 Y dijo el señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. 24 Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron llamados, gustará mi Cena. 25 Y muchas personas iban con él; y volviéndose les dijo:

Desde lejos percibiréis el olor del mole que hierve en grandes cazuelas, y os dejarán aturdidos el incesante vocerío de los vendedores, el gritar de los chicos, y el cantar báquico de los artesanos que han cogido la «zorra». Los habitantes del pueblo, indígenas viciosos y haraganes, ven invadidas sus casas por la multitud, y los indizuelillos andan asustados en los cafetales o se asoman a través de los vallados de hierba para mirar a los transeúntes.

Rebotó como un pelota por entre las nudosas cepas; brincó por cima de los muros de piedra que las sostenían; salvó como una flecha sembrados de maíz; metióse de patas en los regatos, mojándose hasta la cintura, por no detenerse a seguir las pasaderas de piedra; salvó vallados tres veces más altos que su cuerpo; cruzó setos, saltó hondonadas y zanjas, no comprendió por dónde ni cómo, pero el caso es que, arañado, ensangrentado, sudoroso, jadeante, se encontró en los Pazos, y maquinalmente volvió al punto de partida, la capilla, donde entró, enteramente olvidado de los cuatro cuartos, primer móvil de sus aventuras todas.

A un lado, y tal vez a ambos, corre el agua cristalina con grato murmullo. Las orillas de las acequias están cubiertas de yerbas olorosas y de flores de mil clases. En un instante puede uno coger un gran ramo de violetas. Dan sombra a estas sendas pomposos y gigantescos nogales, higueras y otros árboles, y forman los vallados la zarzamora, el rosal, el granado y la madreselva.

Los alrededores bien cultivados, presentaban de lejos el aspecto de un tablero de damas, en cuyos cuadros variaba de mil modos el color verde; aquí, el amarillento de la vid aún cubierta de follaje; allí, el verde ceniciento de un olivar, o el verde esmeralda del trigo, que habían hecho brotar las lluvias de otoño; o el verde sombrío de las higueras; y todo esto dividido por el verde azulado de las pitas de los vallados.

8 Hiciste venir una vid desde Egipto; echaste los gentiles, y la plantaste. 11 Envió sus ramas hasta el mar, y hasta el río sus renuevos. 12 ¿Por qué aportillaste sus vallados, y la vendimian todos los que pasan por el camino? 13 La estropeó el puerco montés, y la pació la bestia del campo. 14 Oh Dios de los ejércitos, vuelve ahora; mira desde el cielo, y ve, y visita esta vid,