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Contiene su marcha y se purifica contorneando los cabos arenosos, pero se precipita con furia contra los altos ribazos, los mina por la base y se carga nuevamente de materias extrañas. De curva en curva y de una á otra ribera, alterna en su trabajo; deja en la derecha lo que ha tomado en la izquierda: el ritmo de los meandros se completa por el del trabajo.

Las olas saltaban sobre las peñas con tal fuerza que, al caer la espuma en copos blancos como nieve líquida, nos calaba la ropa. A medida que avanzábamos en el canal, el mar iba quedando más tranquilo; el agua verdosa, casi inmóvil, se cubría de meandros de plata. Cuando nos vimos en seguridad nos miramos satisfechos.

Muchas veces el cielo gris permite ver perfectamente a lo lejos; hay una claridad difusa, que parece no venir del cielo entoldado, sino del mar blanquecino y turbio; las olas, de un color de arcilla, llegan con meandros dislocados de espuma a dejar en la playa una curva plateada, y la resaca hace hervir la arena al contacto del mar.

Más de un momento de melancolía debo al caño desolado, que parece murmurar una queja constante; es algo como el rumor del aire en los meandros de un caracol aplicado al oído. Aunque de poca profundidad, el caño basta para dificultar en extremo el uso de los carruajes en las calles de Bogotá.

El viento, que había saltado a otro cuadrante, se hizo fuerte al avanzar la noche, y pudimos navegar de nuevo. Las velas, ahora retemblaban, se impacientaban, se enfurecían, tenían cóleras de algo vivo, brillaban muy blancas a la luz de la luna. El barco marchaba jugueteando entre las olas negruzcas, llenas de reflejos, de blancos meandros de espuma: unos, regulares; otros, desgarrados y rotos.

Estos trabajos debieron practicarse primitivamente en las islas volcánicas, en el fondo de sus archipiélagos, en esos meandros sinuosos, esos apacibles laberintos donde las olas sólo penetran discretamente; tibias cunas para los recién nacidos. Mas, la flor escogida florece con plenitud en las profundas hondonadas de los golfos índicos.

Ahí teneis todos los elementos de la ornamentacion mas bella y graciosa que creó el Oriente y regularizó el genio estético de los pobladores del Archipiélago: las postas que figuran las olas de la mar; los meandros ó grecas de listones que se interrumpen y cortan en ángulos rectos; los enlaces ó entrelazos, combinacion preciosa de líneas rectas y curvas que imita las trenzas del cabello; las palmetas, en que con la mayor donosura alternan hojas agudas y hojas obtusas, unas replegadas hácia dentro, otras hácia fuera, imitacion feliz del loto asirio y de las palmas fenicia y tebana; el acanto silvestre tan parecido á la hoja del punzante cardo; el tulipan y la flor de loto, graciosa importacion del arte de Persépolis, al cual fué comunicada por la arquitectura de Nínive y Babilonia, etc. . Y advertid que además de estos pedazos de piedra y barro tan lindamente trabajados, quedan en Córdoba la vieja otros de mármol labrados con el mismo esquisito gusto, algunos de fondo de color, sobre el cual destacan esos tan relevados y bien recortados adornos; y en la huerta de S. Gerónimo no pocos capiteles que de allí se sacaron, los cuales podrian sostener la competencia con los capiteles corintios del famoso monumento de Lisícrates de Atenas .

Sus primeros seres, las madréporas, dichosos de enterrarse en el suelo hubieran suministrado los fundamentos, por medio de sus alabastrinos ramajes, sus meandros y sus estrellas. Encima sus ondulosas hermanas, con sus cuerpos y sedosos cabellos habrían constituido un blando lecho viviente para abrazar cariñosamente á la divina Madre en medio de sus ensueños de eterno alumbramiento.

En los días de oleaje, Frayburu desaparece como tragado por las espumas, y vuelve a surgir por instantes con su color negro, su piel de monstruo marino y la franja de meandros de plata que lo ribetea.