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Esto le cayó muy en gracia, porque traía él una sotana con canas, de puro vieja, y con tantas cascarrias, que para enterrarse no era menester más de estregársela encima; el manteo, podíanse con él estercolar dos heredades.

Sus primeros seres, las madréporas, dichosos de enterrarse en el suelo hubieran suministrado los fundamentos, por medio de sus alabastrinos ramajes, sus meandros y sus estrellas. Encima sus ondulosas hermanas, con sus cuerpos y sedosos cabellos habrían constituido un blando lecho viviente para abrazar cariñosamente á la divina Madre en medio de sus ensueños de eterno alumbramiento.

Dimmesdale pensaba en su sepultura, se preguntaba si sería posible que la hierba creciera sobre ella, puesto que allí había de enterrarse una cosa maldecida. ¡Es inconcebible la angustia de que le llenaba esta veneración pública!

Y así, os aconsejo, señor, que no dejéis de hallaros mañana a su entierro, que será muy de ver, porque Grisóstomo tiene muchos amigos, y no está de este lugar a aquél donde manda enterrarse media legua. -En cuidado me lo tengo -dijo don Quijote-, y agradézcoos el gusto que me habéis dado con la narración de tan sabroso cuento.

Como el caso es tener un recuerdo, propio, intrínsecamente de la persona misma, es indispensable que lo que se estampe vaya de puño y letra del autor; un álbum, pues, viene a ser un panteón donde vienen a enterrarse en calidad de préstamos adelantados hechos a la posteridad una porción de notabilidades; a pesar de que no todos los hombres de mérito de un álbum lo son igualmente en las edades futuras.

Hubo motín de mujeres: motín en regla, capitaneado por Rosa Mística en persona. Sus gritos y sus lamentaciones habrían aturdido a los sordos. ¿Qué quiere decir Urdax? gritaba la una. ¿Qué tenemos nosotros que ver con Urdax? clamaba la otra. ¿Quién ha de querer enterrarse en Urdax? chillaba una vieja.

La raza indígena pura, del mareante santanderino, tal cual existía aún, desde tiempo inmemorial, diez ú once años ha, iba en aquel ataúd á enterrarse con Tremontorio, porque bien puede asegurarse que éste fué el último de los ejemplares castizos y pintorescos de ella. Justo es, por tanto, que yo le registre en mi cartera antes de que se pierda en la memoria de los hombres.

Currita sintió un movimiento de gozo vivísimo que le pareció el presentimiento del triunfo; los carruajes de la corte saldrían, por el buen tiempo, descubiertos, y sin duda irían después de la Salve a dar una vuelta por la Castellana, donde todo el mundo elegante tendría ocasión de verla y contemplarla en su honorífico puesto... Algo la espantaba, sin embargo: la idea de que iba a serle forzoso pasar por aquel mismo trayecto que había recorrido con Jacobo la noche funesta, por aquella misma iglesia ante la cual pronunció su última palabra, por aquella esquina en que le había visto caer lanzando un gemido de agonía... Mas ¿qué iba a hacer ella? ¿Enterrarse en vida a los cuarenta y cinco años? ¿Dejar por escrúpulos sentimentales que le arrebatase una calumnia el prestigio, la soberanía suprema, el cetro de la elegancia y el buen tono que, a pesar de mil vergüenzas verdaderas, había conservado en su mano hasta entonces?...