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Esta carne líquida le hacía sonreír de lástima. ¡Habiendo whisky en la tierra!... Morales vaciló mirando su propio uniforme. Era una autoridad, y sólo podía entrar en las tabernas para imponer respeto. Pero luego se enterneció mirando al gringo. ¡Un viejo compañero!... Oiga, don Macperson, ¿si fuésemos á tomar una copa?...

Bebió la mujer con avidez su copa, y al ver que el otro dejaba intacta la suya, pasó por sus ojos una expresión implorante. Antes de la guerra, el whisky valía muy poco; ¡pero ahora!... Sólo los reyes y los millonarios pueden beberlo. ¿Me permite usted? Hizo Robledo un gesto indicador de que la cedía su parte, y ella se aprovechó con apresuramiento de tal permiso.

Y para cobrar nuevas fuerzas se bebió poquito a poco, y con aire muy distinguido, una tercera copita del whisky, bastante fuerte, que juntamente con el , los brioches y sandwiches, habían servido en rico frasco de cristal de Bohemia.

¡Mozo!: Whisky and soda... Miri, mejor es que me traiga un five o'clock tea. Generalmente ya era noche bien cerrada... Pero Fantomas era un hombre chic, un Brummel de la Barceloneta, y los pobres poetillas no nos atrevíamos a contradecirle en asuntos de elegancia y de buen tono. ¡Oh, él había operado en los grandes hoteles mundiales!

El único que estaba junto á él era Lewis. ¡Vamos, príncipe! ¿qué es eso?... ¡Serenidad! Tal vez una buena copa de whisky... Toledo oyó un estertor angustioso, un jadeo de pecho oprimido. Respetuosamente apartó una de las manos del príncipe, dejando su rostro al descubierto. Ahora era de un tono de ladrillo, abrillantado por el sudor y las lágrimas. Lubimoff lloraba.

No veo su anillo de matrimonio. Y miraba sonriendo las manos masculinas puestas sobre la mesa. Pero otra cosa pareció preocuparla más que el estado civil del señor que la había seguido. Volvió los ojos con cierta ansiedad hacia el mostrador, donde estaba el camarero esperando su llamamiento. ¿Puedo tomar una copa? preguntó . Advierto á usted que el whisky de aquí es magnifico.

Y acarició el contorno de la botella con mano amorosa. Su rostro parecía iluminado por una extraña lucidez, que iba en aumento según ella bebía. Al verse dueña de todo el whisky deseaba quedar sola para paladearlo sin prisa, y dijo á Robledo: Váyase y no se acuerde de .

Y revolvió los ojos en todas direcciones, como buscando debajo de alguna mesa o en lo alto de algún étagére a la nueva camarera. Pero ¿quién es?... ¿Quién es? gritaron todos. Isabel Mazacán dejaba escapar una sonrisita maliciosa, como quien saborea un triunfo anticipado; presentó una copa a Paco Vélez para que se la llenase de whisky, vacióla de un trago, y acabó al fin de soltar la bomba.

Después de echar un vistazo detrás del castillo, se decidió por el patio, limpio de árboles. Colocaría á los contendientes de modo que sus figuras no resaltasen sobre un fondo de pared. Lewis, á pesar de sus prisas, creyó necesario hacer los honores de la casa. «¿Una copa de whisky?...» Como no le habían dado tiempo para prepararse, y él habitaba ahora en Monte-Carlo, su despensa estaba vacía.

Imposible encontrarlo mejor en todo París. Al ver que él asentía con un movimiento de cabeza, se aproximó el camarero, y sin necesidad de preguntar qué deseaba la parroquiana, trajo por su propia iniciativa una botella de whisky y dos copas. Después de llenar éstas se alejó, no sin dirigir á Robledo una mirada y una sonrisa iguales á las de la dueña del establecimiento.