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Pero Margarita quiso olvidar al teniente pálido y de aire triste que había pasado ante sus ojos, para acordarse únicamente del industrial preocupado de las ganancias é incapaz de comprender lo que ella llamaba «las delicadezas de una mujer chic». Decididamente, Julio era más seductor. No se arrepentía de su pasado: no quería arrepentirse.

Luego la toca, que permite los rizos sobre las orejas, el peinado de moda; y la capa azul sobre el uniforme, que ofrece un bonito contraste... Una mujer elegante puede realzar todo esto con joyas discretas y un calzado chic. Es una mezcla de monja y de gran dama que no sienta mal. Iba á estudiar con verdadera furia para ser útil á sus semejantes... y vestir pronto el admirado uniforme.

Chupaba la niña y tosía haciendo monadas; chupaba Angelito para darle magistral ejemplo, y tomaba a chupar y a toser la colegialita, encontrando el juego muy divertido. Parecía complacerla mucho tener por maestro un grande de España, y procuraba estudiar el chic de aquellas ilustres damas, que como modelos de distinción le proponía su madre.

Dijo esto el amigo con cierta indiferencia. ¡Eran tan numerosos los espías!... Con frecuencia publicaban los periódicos noticias de fusilamientos: dos líneas nada más, como si se tratase de un accidente ordinario. Esa Freya Talberg continuó ha hecho hablar bastante de su persona. Parece que es una mujer chic: una especie de dama de novela. Muchos protestan de que no la hayan ejecutado aún.

ROSALÍA. ¡Oh!... camisetas tengo de dos o tres clases... MILAGROS. Falda de raso rosa, tocando al suelo, adornada con un volante cubierto de encaje. ¡Qué cosa más chic! Sobre el mismo van ocho cintas de terciopelo negro. ROSALÍA. ¿Y bullones? MILAGROS. Cuatro órdenes.

En ese momento, el hermoso Martholl se dedicaba a los representantes de la colonia inglesa. Con ellos se mostraba familiar, haciendo profesión de menospreciar a sus compatriotas, y afectaba una anglomanía exagerada. Nada le parecía bueno, ni chic, si no procedía de Londres; a cada instante, en la conversación, encontraba medio de alabarse de sus relaciones del otro lado del estrecho.

Además, don Álvaro era profundamente materialista y esto no lo confesaba a nadie. Como en él lo principal era el político, transigía con la religión de los mayores de Paco y se reía de la separación de la Iglesia y el Estado. Es más, le parecía de mal tono llevar la contraria a los católicos de buena fe. En París había aprendido ya en 1867, cuando fue a la exposición, que lo chic era el creer como el carbonero. Sport y catolicismo, esta era la moda que continuaba imperando. Pero es claro que lo de creer era decir que se creía.

Esto era el colmo de lo chic, de lo pschut y de lo becarre. Andando el tiempo, no pudo el Club con la carga de sus gastos, y le fue necesario barrenar sus estatutos para atraerse la ayuda de la aristocracia de las talegas, siempre que ésta supiera competir con la de adentro, cuando menos en saber gastarlas y lucirlas. A montones parecieron los aspirantes.

Otras veces recordaba melancólicamente al «buen amigo» que vagaría por el bulevar esperando su regreso, un joven verdaderamente chic, aunque pobre, con el que estaba en relaciones hacía algunos años. ¡Y las amigas! ¡Y los teatros! ¡Y había que abandonarlo todo por... el negocio! «La vida es triste, decididamente triste

Y como Fernando, ganoso de que la conversación no recayese sobre él, insistió por conocer los detalles de la fiesta, Maltrana fue hablando con cierta reserva. Nada; una reunión culta, muy decente. Hasta tuvimos nuestras damas, lo más distinguido, lo más chic.