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¡Y bien! ¡pueden ustedes alabarse de haberse hecho desear! dijo aturdidamente Diana, después de la presentación de Huberto Martholl; hace una hora que suspiramos por turno: ¿Vendrán? ¿Les has avisado? ¡Con tal que no se hayan olvidado! Me gustaría ser esperada con tanta ansiedad.

Este que debe alabarse, y mátenle un fénix a quien sea su devoto, cuando tenga más necesidad de comer. Dios se lo perdone a Claudiano, que celebró esta necedad imaginada, para que todos los poetas pecasen en él.

Adivinábase en él un deseo de hablar, de alabarse de sus hazañas, de pagar la hospitalidad asombrando a sus bienhechores. Ustés habrán oído hablá de lo que hise el mes pasao en er camino de Fregenal. ¿De veras que no saben na de eso?... Me puse en er camino con er compañerito, pues había que parar la diligensia y darle una razón a un rico que se acordaba de a toas horas.

Respecto á Inglaterra, sin embargo, hay que hacer una advertencia. No puede alabarse tanto como España de haber llevado á la perfección el drama poético popular, expresión de la vida más íntima de la época moderna, ni de haberlo conservado puro en todas sus fases.

Murmuró algunas frases incoherentes, pero Obdulia continuó sin hacer caso de él: Yo de teología sólo que los sacerdotes están obligados a tener oración, y que el alabarse de no rezar es más propio de impíos que de ministros del Señor. Lo dijo con calma y naturalidad que hicieron más incisivo y profundo el arañazo.

Con que es necio, porque no consigue el fin de la publicacion de sus alabanzas, es á saber, que los demas le crean; y lo es tambien, porque está tan poseido del amor propio, que le hace creer, que es un modelo de perfeccion, y no le dexa conocer su flaqueza. No obstante es cosa comunísima alabarse á mismos los Escritores de los libros.

Y él respondió: ¿Pues qué otro? ¿No me ve la mella que tengo en los dientes? No tratemos de esto, que parece mal alabarse el hombre. Yendo en estas conversaciones, topamos en un borrico un ermitaño, con una barba tan larga que hacía lodos con ella, macilento y vestido de paño pardo. Saludamos con el Deo gracias acostumbrado y empezó a alabar los trigos y en ellos la misericordia del Señor.

Si el sacrificio era discutible, la resignación silenciosa no lo era menos, y la de Raynal no tenía más que una excusa para alabarse así, que era su absoluta buena fe. En realidad, a pesar de su expresión lánguida, tenía en su charla la volubilidad de un chorlito y una necesidad irresistible de expansiones íntimas.

Y más todavía para el señor Conde repuso él con aire triste y disgustado; porque yo ya había tomado mi partido... Como no podía pagar, habíame echado la cuenta de que nada debía; y esa extraña circunstancia no me hace ser más rico... ¡Pero él... ya es diferente!... ¡puede alabarse de ser mimado por la fortuna!... ¿Pero, de veras no sabe usted de dónde procede esa devolución?

Indudablemente, y no lo decía por alabarse, él no había esperado menos del régimen homeopático e higiénico a que había sometido a su cliente: sin aquellos glóbulos, y más particularmente sin la influencia físico-moral de los buenos alimentos, de los paseos y, sobre todo, de las distracciones, aquel organismo hubiera continuado viviendo una vida valetudinaria, sin esperanza, ni remota, de tener fuerzas sobrantes suficientes para sacar de ellas una nueva vida, un alter ego.