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No tienes planes de cierta especie, ni la menor idea de imponerme tu voluntad ni tus caprichos: corriente; pero suponte ahora que yo te digo: es indispensable, absolutamente indispensable, cambiar de vida, de estado... en fin, hija, casarse, porque, de otro modo, ahorcan. Aquí tienes dos aspirantes: tu primo Nacho y Leto. Elige. Pues a Leto, eligió Nieves sin vacilar.

Granujas de la peor estofa, aspirantes a puntilleros, toda clase de rapaces desvergonzados y miserables, formaban su pandilla; y como Mariano solía tener algún dinero, eran de ver su boga y popularidad entre esta chulería menuda, que sin cesar se ofrece a nuestra vista por calles y caminos con escándalo de la moral, con bochorno de la sociedad y del cristianismo, que no aciertan a recoger y sujetar estos presidios sueltos del porvenir.

Algunas veces, ninguno de los dos campos se decidía a ir en busca del otro, y los encuentros eran en terreno neutral, en el grupo de las «aspirantes», donde tomaba asiento la familia italiana de la Boca con su obispo. ¡Adorado Monseñor! Las damas del país intermedio lo miraban como una gloria propia.

Las «aspirantes a pingüinos», colocadas entre los dos grupos, cazaban las sonrisas de unas y las palabras de otras, aprovechándolas para entablar conversación. Estaban contentas de la vida íntima del buque, que no exige presentaciones para que las personas se conozcan. A pesar de la falta de cordialidad de los dos grupos, casi todos los días se establecía entre ellos una momentánea relación.

Esto era el colmo de lo chic, de lo pschut y de lo becarre. Andando el tiempo, no pudo el Club con la carga de sus gastos, y le fue necesario barrenar sus estatutos para atraerse la ayuda de la aristocracia de las talegas, siempre que ésta supiera competir con la de adentro, cuando menos en saber gastarlas y lucirlas. A montones parecieron los aspirantes.

Los que no lo tenían se contentaban con sonreír y aplaudir estúpidamente los chistes de los otros. Se daban interminables bromas a las niñas, sobre los aspirantes a sus respectivas manos, y aquéllas se defendían como de costumbre, con las clásicas respuestas: «No por qué dice usted eso. Le han informado a usted muy mal.

Aquel hombre venía de los precipicios del Deva, y resultó ser el famoso don Recaredo, de quien yo tenía muchas noticias por mi tío; hidalgo de rancio solar, célibe impenitente, afamado cazador de fieras, y de grande y merecido influjo en toda su comarca; bien relacionado con los hombres del ajetreo político de la capital y sucursales de ella; muy solicitado de aspirantes a la representación en Cortes del distrito, en épocas de lides electorales... y primoroso carpintero de afición, única bien arraigada que se le conocía y con la cual entretenía las soledades y holganzas de su vida en el viejo caserón que habitaba.

Como los otros aspirantes á la presidencia pertenecían al ejército, la candidatura gubernamental usaba el título de «antimilitarista». Castillejo y otros compañeros de generalato, que habían fusilado centenares de hombres, quemado estaciones y pueblos, y vivían en plena paz con la misma violencia que cuando hacían la guerra, pronunciaban discursos sobre discursos, cantando las excelencias de ser gobernados por un «civil» y la necesidad de terminar con el militarismo.

A esta última distinción se refiere la palabra Frey, que desde entonces acompañó siempre á su nombre. Su Laurel de Apolo, que apareció en 1630, está dividido en nueve cantos ó silvas, y es un panegírico difuso y cansado de todos los poetas célebres de España de su tiempo, los cuales se presentan como aspirantes á ganar la corona de laurel, que Apolo concede á sus sacerdotes.

Pues un montañés no necesita saber más que esto para lanzarse á esa tierra feliz; la vida que en la empresa arriesga le parece poco, y otras ciento jugara impávido, si otras ciento tuviera. ¿Hay quien lo duda? Ofrezca un pasaje gratis desde Santander á la Isla de Cuba, ó una garantía de pago al plazo de un año, y verá los aspirantes que á él acuden.