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Libre de este cuidado, consagróse a recorrer con Juana paseos, teatros y toda clase de espectáculos, estudiando aquí las exigencias de la moda, y allá la manera de lucirlas. Pero su entretenimiento favorito era el Congreso; y ya con su mujer, ya solo, rara era la sesión que él no presenciara desde la tribuna pública. No se habrá olvidado que Simón era muy dado a la política y a la elocuencia.

Valen muy poco, mira, y son espléndidas... quiero lucirlas en el primer baile... con el vestido de velours frappé que espero... Prométeme traérmelas mañana... Te adoraré; te perdonaré todo lo que sufro.

Esto era el colmo de lo chic, de lo pschut y de lo becarre. Andando el tiempo, no pudo el Club con la carga de sus gastos, y le fue necesario barrenar sus estatutos para atraerse la ayuda de la aristocracia de las talegas, siempre que ésta supiera competir con la de adentro, cuando menos en saber gastarlas y lucirlas. A montones parecieron los aspirantes.

Al quitarse aquellas galas delante de su amiga, pensaba en el tremendo problema de explicar al marido la adquisición de ellas, cuando no tuviera más remedio que lucirlas ante sus ojos o no lucirlas. Milagros no se despidió sin repetir con amaneramiento compungido sus ahogos y el remedio que solicitaba.

Estaban las cubanitas triunfantes y radiantes porque se iban a París a hacer sus compras de invierno, y de allí a lucirlas en los primeros saraos madrileños y en el Retiro, y hablaban con el ceceo y melindre de los días de victoria.

Claro está que la experiencia del mundo sólo se adquiere andando en el mundo. Pero bueno es llegar a él con todas las cautelas que sugiere la razón formada; porque el mundo, al decir de un santo que tengo en gran devoción, «es un pomposo bajel sobre procelosos mares». Al día siguiente de ponerlas de largo ya se quiere lucirlas en sociedad.

Y en cuanto al esmero en el adorno de su persona, ¿qué ley divina ni humana podía imponerle la obligación de ocultar las prendas que el cielo le había dado y de no lucirlas hasta donde esto es compatible con el más rígido decoro?

Deseosa entonces de lucirlas en su tertulia, alegre de ver que el entusiasmo de juez tan competente como el Conde recaía en sus casi paisanas, y anhelando que el Conde las conociera y tratara, buscó y halló, como hemos visto, a Beatriz y a Inés. El Conde mismo, en cuanto las vió, había ido a avisar que venían, por donde fué harto fácil a Rosita reconocerlas.

Algunas mañanas, cuando el tibio calor primaveral parecía reconcentrarse en la gran estufa de cristales que, poblada de plantas raras y hojarascas exóticas, se alzaba en el jardín, Josefina y Lázaro se encontraban en ella, fijándose la niña en las camelias que podría cortar para lucirlas a la noche, pensativo el clérigo en sus cavilaciones o abandonado a sus rezos.