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Al retirarse juntos el ciego marroquí y Benina, lamentándose de su mala sombra, fueron a parar, como la otra vez, a la plaza del Progreso, y se sentaron al pie de la estatua para deliberar acerca de las dificultades y ahogos de aquel día.

Al lado de Bringas no había gozado ella ni comodidades, ni representación, ni placeres, ni grandeza, ni lujo, nada de lo que le correspondía por derecho de su hermosura y de su ser genuinamente aristocrático; pero en cambio, ¡qué sosiego y qué dulce correr de los días, sin ahogos ni trampas, ni acreedores!

Y con tanto charlar estos gacetilleros y poetas, no dijeron una palabra de don Mauricio el Solemne, sino para citar su nombre entre los más «conspicuos» concurrentes; nada de sus ahogos al meeroodeear materiales para un brindis, al primer taponazo del Champagne; nada de sus moribundas miradas a la «picante beldad, ilusión consoladora de los espléndidos marqueses de Montálvez»; nada de ciertas finezas metafóricas que el deslumbrante banquero logró deslizar al oído de la elegante dama, como tímido recuerdo de sus anteriores memoriales.

Estrechó más aquella antigua amistad, originada en peligros y desgracias comunes, la generosidad con que Monsalud salvó por entonces al flamante coronel de sus ahogos pecuniarios, que le habían traído a un estado de horrible desesperación. Seudoquis fue destinado a servir en Vitoria.

Tengo un piquillo suelto que dedico a descuentos lícitos, quiero decir, sin explotar ahogos ni conflictos de nadie..., servicio por servicio, ni más ni menos.

Sobrevino en aquel tiempo un aumento de las dificultades y ahogos de la familia en el orden administrativo: las deudas roían con diente voraz el patrimonio de la casa; se perdían fincas valiosas, pasando sin saber cómo, por artes de usura infame, a las manos de los prestamistas.

Y al cabo de un rato, su mente saltó de improviso con una idea nueva, expresada en medio de los ahogos de la desesperación, como un rayo que atraviesa las nubes y momentáneamente las horada, las ilumina con sus refulgentes dobleces. «¿Pero qué demonios es esto de la virtud, que por más vueltas que le doy no puedo hacerme con ella y meterla en ?». Entonces advirtió que no había mojado la ropa.

No cómo se las arregla para mantener aquel familión...». «Este no tiene más que trampas y mucho jarabe de pico...». «¡Ah!, este que es hombre: le suponen doce mil duros de renta; pero se dice que no le gustan las mujeres...». «¡Oh!, este que es enamorado; pero va a que ellas le mantengan... y qué ajadito está...». «Este no tiene sobre qué caerse muerto... es un libertino de mal gusto que no hace calaveradas más que con las mujeres de mala vida...». «He aquí uno a quien yo debo gustar mucho, según la cara que me pone y las cosas que me dice... pero por Torres que Torquemada le prestó dos mil reales para llevar a baños a su mujer, que está baldada... ¡pobrecita!...». De esta revista resultaba que casi todos eran pobretones más o menos vergonzantes, que escondían su miseria debajo de una levita comprada con mil ahogos, y los pocos que tenían algún dinero eran de temperamento reposado y frío... Veíase la dama encerrada en un doble círculo infranqueable.

A la misma hora Teodoro Golfín salía de la casa de Penáguilas. Llegose a él Choto y le dijo atropelladamente no sabemos qué. Era como una brusca interpelación pronunciada entre los bufidos del cansancio y los ahogos del sentimiento. Golfín, que sabía muchas lenguas, era poco fuerte en la canina, y no hizo caso.

¡Jesús! ¡Torres!... ¡qué disparate!... exclamó Rosalía viendo alzarse ante ella, como una aparición fantástica, la imagen de su acreedor . No si he dicho a usted que mañana antes de las doce... ¡Ay!, fue una locura la compra de aquella manteleta. Ya ve usted... ¿qué necesidad tenía yo de estos ahogos?