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Ahora cogia una riquísima manteleta, se la ponia sobre los hombros y daba una vuelta majestuosa por todo el gracioso salon; despues echaba mano á un velo y volvia á pasear, dando á su cabeza y á su talle todo el aire posible para producir el efecto artístico; luego tocó el turno al chal dorado, y dejaba caer la espalda hacia atrás, con el fin sin duda de que la punta del pañuelo lamiera la alfombra, y formara así alguna honda de buen gusto y algun reflejo deslumbrador.

¡Jesús! ¡Torres!... ¡qué disparate!... exclamó Rosalía viendo alzarse ante ella, como una aparición fantástica, la imagen de su acreedor . No si he dicho a usted que mañana antes de las doce... ¡Ay!, fue una locura la compra de aquella manteleta. Ya ve usted... ¿qué necesidad tenía yo de estos ahogos?

Rosalía hubo de sentir frío en el pecho, ardor en las sienes, y en sus hombros los nervios le sugirieron tan al vivo la sensación del contacto y peso de la manteleta, que creyó llevarla ya puesta.

Doña Petronila, con una manteleta de raso negro, antiquísima, mal cortada, recibía a su mundo devoto como si estuviese ella de cumpleaños. Todo se volvía allí sonrisas, apretones de manos, elogios mutuos, carcajadas sonoras, que reflejaban el interior contento de aquellas almas en gracia de Dios. El Magistral fue recibido en triunfo. ¡Qué fino! ¡qué atento!

Sus compras no eran generalmente más que de retales, pedacitos o alguna tela anticuada, para hacer combinaciones con lo bueno que ella tenía en su casa, y refundir lo viejo dándole viso y representación de novedad. Pero un día vio en casa de Sobrino Hermanos una manteleta... ¡qué pieza, qué manzana de Eva!

¿Por qué les da a todos en seguida por hablar entre , sin cuidarse de él para nada? Su regordeta vecina era víctima del mismo abandono. Ambos parecían consternados. Carlota, inquieta, temblorosa, pidió auxilio a su hermanita llamándole la atención acerca de una manteleta que vestía cierta señora que acababa de entrar.

Fino polvo, levantado por el movimiento de las faldas las acompañaba semejante a una ligera nube y por causa del calor, de las extremidades de las ramas que ya amarilleaban, caía en torno de ellas hojas y flores maduras y se prendían a la larga manteleta de muselina en que Magdalena estaba envuelta.

Ella se ruborizó levemente, un ligero estremecimiento agitó sus hombros como si de súbito sintiera frío e interrumpiéndose en medio de una frase insignificante, se acercó a la butaca que antes ocupaba y con la mayor naturalidad del mundo tomó una manteleta de encaje y se cubrió con ella.

Así, las señoras llevan conjuntamente la mantilla española y la manteleta ó el chal frances, ó bien una combinacion de ámbas piezas; y usan para salir á la calle indiferentemente la gorra parisiense ó el bellísimo tocado español, tan sencillo como propio para hacer lucir una rica y negra cabellera.

El hecho era grave, y aquel despilfarro rompería de un modo harto brusco las tradiciones de la familia. Mas ¡era tan hermosa la manteleta...! Los parisienses la habían hecho para ella... Se determinaba, ¿ o no? Se determinó, , y para explicar la posesión de tan soberbia gala, tuvo que apelar al recursillo, un tanto gastado ya, de la munificencia de Su Majestad. Aquí de las casualidades.