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Tuyo, tuyo, dueño mío, que mi padre lo mandó, para llevarte a la boda de mi hermana la mayor. Que con el aretín, que con el aretón. Viva tu padre mil años, que trabucos tengo yo. ¿Quién ha sido el atrevido que en mi casa se acostó? Que con el aretín, que con el aretón. Es una hermanita mía, que mi padre la mandó para llevarme a la boda de mi hermana la mayor. Que con el aretín, que con el aretón.

En casa, sin embargo, no le aguardaban grandes recreos: comer con su padre, besar a su hermanita, retozar con los criados en la cocina y salir a paseo en coche: y a cambio de estos gustos, contemplar todo el día el rostro de su madrastra que cada vez le parecía más aborrecible, y sufrir sus reprensiones y desdenes.

¡Cuidado! gritaron a un tiempo el patrón y la madre, como se dice siempre después que le ha pasado a uno cualquier contratiempo. Saqué el pie chorreando agua y no pude menos de soltar una interjección enérgica. La madre se turbó y se apresuró a preguntarme con semblante serio: ¿Se ha hecho usted daño? La hermanita del cutis transparente se puso colorada hasta las orejas.

En una palabra; don Braulio lo hizo tan perfectamente que no despertó en el ánimo de doña Beatriz ni de su linda hermanita la menor sospecha de que su inesperada y súbita determinación pudiese tener por causa un pesar acerbo, ni por móvil y propósito nada de siniestro ni de trágico.

Mucho ojo, niña... Se me figura que si tu hermanita no te manda con qué vivir, lo que es con el trapo nuevo te comerás los codos de hambre... ¿Y vienes a sonsacarnos para que seamos tus parroquianos? Chica, por Dios, toca, toca a otra puerta... Tu industria es la ruina de las familias y el noviciado de San Bernardino.

Nos mantuvo delante de ella en aquella actitud que resultaba extremadamente embarazosa, y que no me parece que fuera más grata para Julia; luego, sin adivinar que entre su hermana y yo había más de un obstáculo ya formado que anulaba sus proyectos de unión, como habría hecho una madre, la besó tiernamente y muchas veces diciéndole: «No nos separemos, mi hermanita querida; ¡ojalá podamos no separarnos nunca

Tan pronto hacía una excursión a París, tan pronto a Londres, tan pronto a Berlín y Roma; todas rápidas, porque no quería dejar a su hermanita sola mucho tiempo. En los días que pasaba en el Sotillo solía subir alguna que otra tarde al Escorial y allí conoció a Elena. Elena era huérfana de un farmacéutico.

El capellán, sin hacer caso de la mirada fulgurante que le arrojé, chasqueó de nuevo la lengua e hizo otras cuantas castañetas con los dedos, sin dejar de apuntar a la puerta y mirarme con soberano desprecio. Al pasar por delante de él llevó su grosería hasta decir: ¡Largo, largo! Y cuando ya bajaba por la escalera le exclamar desde lo alto de ella: ¿La hermanita, eh? Ha olido cuartos, ¿verdad?

La impaciencia, la natural impaciencia, mezcla de ternura de hijo y del deseo de ser alabado, era la que le agitaba en aquel momento, ansioso de caer con sus premios en los brazos de su padre, de su madre, de Lilí, su hermanita del alma... Sentado en el testero del carruaje, con sus premios muy agarrados, apoyaba los piececillos en el asiento de enfrente, haciendo verdaderos esfuerzos para delante, que creía él ayudaban al coche a rodar más rápidamente.

Pues bien, entonces, maese Marner, voy a pedirle al señor Macey que le hable al pastor; y tendréis que decidiros por un nombre, porque será preciso dárselo a la niña cuando se la bautice. El nombre de mi madre era Hephtsiba dijo Silas , y mi hermanita llevaba su nombre. Pero es un nombre difícil de pronunciar dijo Dolly , y no estoy segura que sea un nombre de bautismo.