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Cuando el frío y la tiniebla la impelían hacia la luz, sus alas moribundas chocaban con los vidrios guardadores del fuego. Iba en busca de la ventana que refleja el rescoldo hospitalario del hogar, y tropezaba con la lente del faro, dura é insensible como un muro, acostumbrada á repeler la cólera de las tempestades.

Quise saber si verdaderamente la desaparición de Ti-Chin-Fú fué funesta a la decrépita China; leí todos los periódicos de Hong-Kong y Shang-Hai, velé noches enteras sobre historias de viajes, consulté sabios misioneros; y artículos, hombres, libros, todo me hablaba de la decadencia del Celeste Imperio: ¡provincias arruinadas, ciudades moribundas, plebes hambrientas, pestes y rebeliones, templos en ruinas, leyes sin autoridad, la descomposición de un mundo, como una nave encallada que el mar deshace tabla por tabla!

Y según iba cantando eran menos negras las sombras, y corría la sangre más caliente en las venas del emperador, y revivían sus carnes moribundas. La Muerte misma escuchaba, y le dijo: «¡Sigue, ruiseñor, sigue!» Y por un canto, le dio la Muerte la corona de oro: y por otro, la espada de mando: y por otro canto más, le dio la hermosa bandera.

El viejo Rogerio se arrodilló á su lado con aspecto sombrío, desconcertado, con un rostro en el cual parecía haberse extinguido la vida. ¡Has logrado escaparte de ! repetía con frecuencia. ¡Has logrado escaparte de ! ¡Que Dios te perdone! dijo el ministro. ¡ también has pecado gravemente! Apartó sus miradas moribundas del anciano, y las fijó en la mujer y la niña.

La de Dumais parecía literalmente sobre ascuas, la abuela fruncía la nariz y la de Aimont contenía una enorme gana de reír, mientras que la de Sarcicourt y Paulina echaban a su alrededor miradas de ciervas moribundas. Hacer frente a la intrépida señorita Bonnetable... Qué audacia...

Hablaba en valenciano á los muchachos, regalándoles el fruto de su experiencia. Debían creerle á él, que había visto mucho. En la vida, paciencia para vengarse del enemigo; aguardar la pelota, y cuando viene bien, jugarla con fuerza. Y al dar estos consejos feroces guiñaba sus ojos, que en el fondo de las profundas órbitas parecían estrellas moribundas próximas á extinguirse.

¡Toda de blanco vestida, toda blanca sobre un banco de violetas reclinada te veía, y a las rosas moribundas y a ti una luz tenue y diáfana alumbraba luz de perla diluida en un éter de suspiros y de evaporadas lágrimas! De repente todo cambia.

Densísima niebla lo envolvía todo. En la vaga penumbra del crepúsculo sólo se percibía la forma indecisa del bajel apresado, como negro bulto que se destacaba sobre un fondo de color de ceniza. Ni los cercanos montes de la costa, ni las pálidas y moribundas estrellas, ni mar ni cielo se percibían con claridad. Si algo se vislumbraba era como a través de muy tupido velo.

Lo notable es que la acompañaba un clérigo en traje de seglar y alzacuello, el cual entornaba la cabeza hacia atrás de vez en cuando y le dirigía miradas lánguidas, moribundas, para alentarla a dar sentimiento y expresión a las notas, o por ventura para atestiguar que él, a pesar de su carácter sacerdotal, no era insensible a aquella música tierna y amorosa.

Y con tanto charlar estos gacetilleros y poetas, no dijeron una palabra de don Mauricio el Solemne, sino para citar su nombre entre los más «conspicuos» concurrentes; nada de sus ahogos al meeroodeear materiales para un brindis, al primer taponazo del Champagne; nada de sus moribundas miradas a la «picante beldad, ilusión consoladora de los espléndidos marqueses de Montálvez»; nada de ciertas finezas metafóricas que el deslumbrante banquero logró deslizar al oído de la elegante dama, como tímido recuerdo de sus anteriores memoriales.