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Intensos relámpagos iluminaron siniestramente el aire. Los rayos le surcaban de continuo. El bajel apresado no tardó en apartarse de la nave de Morsamor. La borrasca le llevó lejos de su vista. Morsamor hizo esfuerzos inauditos para salvar su nave, harto trabajada ya por larguísima navegación y por el choque y combate con el bajel corsario.

Acordaron entonces las autoridades llevarse los de D. Cristóbal; con pompa extraordinaria le acompañaron hasta el bajel que por casual coincidencia llevaba el significativo nombre de El Descubridor, y transbordados en el puerto de Ocoa al navío San Lorenzo, antes de acabarse el año 1795, los condujo á la Habana, con los honores de almirante que le eran debidos, el teniente general de la Armada D. Gabriel de Aristizábal.

Pareciónos bien a todos lo que decía, y así, sin detenernos más, haciendo él la guía, llegamos al bajel, y, saltando él dentro primero, metió mano a un alfanje, y dijo en morisco: ''Ninguno de vosotros se mueva de aquí, si no quiere que le cueste la vida''. Ya, a este tiempo, habían entrado dentro casi todos los cristianos.

Llevado a Constantinopla, y puesto al remo de una galera que cargaba materiales para el Palacio del Sultán, fue uno de los que mataron a los guardas a pedradas, huyendo a Sicilia con el bajel. El hábito del acecho continuo y de los ataques súbitos como picotazos, había dejado un gesto de resolución instantánea en sus ojos enérgicos.

Amainaron entonces, y, echando el esquife o barca a la mar, entraron en él hasta doce franceses bien armados, con sus arcabuces y cuerdas encendidas, y así llegaron junto al nuestro; y, viendo cuán pocos éramos y cómo el bajel se hundía, nos recogieron, diciendo que, por haber usado de la descortesía de no respondelles, nos había sucedido aquello.

El rebenque, cayendo sobre las espaldas de los forzados, acrecentó su fuerza locomotora, y el corsario logró escapar de la persecución, aunque sin arribar a Argel, sino llegando en su fuga hasta cerca de las costas de Málaga. Desde este puerto, divisaron el bajel corsario barcos de guerra de Castilla que salieron a darle caza.

Salió Melchor de la Universidad hecho, como decía Miquis, un pozo de ignorancia. Entre todas las ciencias estudiadas, ninguna tenía que quejarse por ser menos favorecida; es decir, que de ninguna sabía una palabra. Se trató entonces de lanzarle. Era un bonito bajel, recién hecho y pintado, al cual no faltaba ya más que hacerle flotar en el mar sin fin de las ambiciones.

Claro está que la experiencia del mundo sólo se adquiere andando en el mundo. Pero bueno es llegar a él con todas las cautelas que sugiere la razón formada; porque el mundo, al decir de un santo que tengo en gran devoción, «es un pomposo bajel sobre procelosos mares». Al día siguiente de ponerlas de largo ya se quiere lucirlas en sociedad.

Pero la suerte, que de otra manera lo guiaba, ordenó que, ya que la capitana llegaba tan cerca que podían los del bajel oír las voces que desde ella les decían que se rindiesen, dos toraquís, que es como decir dos turcos borrachos, que en el bergantín venían con estos doce, dispararon dos escopetas, con que dieron muerte a dos soldados que sobre nuestras arrumbadas venían.

Todos estaban suspensos y alborozados, aguardándome, deseosos ya de embestir con el bajel que a los ojos tenían; porque ellos no sabían el concierto del renegado, sino que pensaban que a fuerza de brazos habían de haber y ganar la libertad, quitando la vida a los moros que dentro de la barca estaban.