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¡Cuidado! exclamó Francisca; el ron es un perfume de coraceros... No me importa aseguró la Roubinet, mi estómago le recibe muy bien. El mío no dijo dulcemente la Sarcicourt. El médico me prohíbe los licores fuertes... Una gotita de leche, Magdalena, si usted gusta. Cada cual tuvo al fin lo que deseaba, y la conversación se volvió a animar.

Porque no quiero... No me hables de eso, abuela, te lo ruego. ¿Cómo quieres que haya encontrado a un joven que no he visto? Si ... No, no, que no se me hable de matrimonio... Por el momento pertenezco a las solteronas... Abuela proseguí tiernamente, no puedes querer que me case con un caballero porque es moreno, porque va al rosario y porque está al lado de la señorita de Sarcicourt...

Mejor harías de decirme qué te pareció aquel joven moreno que estaba ayer en el rosario al lado de la señorita de Sarcicourt. Un joven moreno... en el rosario... al lado de la señorita de Sarcicourt... No le reparé. , , recuerda bien... ¡Dios mío! otro pretendiente... ¿Por qué no?

La de Dumais parecía literalmente sobre ascuas, la abuela fruncía la nariz y la de Aimont contenía una enorme gana de reír, mientras que la de Sarcicourt y Paulina echaban a su alrededor miradas de ciervas moribundas. Hacer frente a la intrépida señorita Bonnetable... Qué audacia...

¿Si? dijo la abuela interesada. ¿Y qué respondió el señor Dumais? Papá se enfadó al principio, y cuando volvió a casa regañó a mamá diciendo que su debilidad era la causa de este nuevo incidente. Pobre señora de Dumais gimió la Sarcicourt. Es tan buena... Demasiado buena dijo la abuela entre dientes. De modo siguió diciendo más alto, que no se casa usted, Francisca...

Una de las causas más frecuentes de celibato dijo la Fontane, es tener un carácter demasiado independiente. Detestable causa exclamó la abuela dirigiéndome un suspiro. No es ese mi caso afirmó la Sarcicourt, que temía probablemente que se le imputase semejante disposición. En mi vida he sabido lo que era tener ideas fijas y personales... ¡Pobre amiga! respondió Francisca llena de lástima.

Los ojos azules, que fueron hermosos, según asegura la abuela, y la sonrisa, que debió de ser encantadora, son, por el momento, los primeros muy tiernos y la segunda profundamente melancólica. Se ve el alma no comprendida a la que ha faltado el alma hermana para ser dichosa... ¡Pobre señorita Sarcicourt!...

Yo lo hubiera proclamado a voz en cuello, y, lejos de castigarte, el tribunal te hubiera felicitado por el modo que tienes de cumplir tu misión. Un joven moreno... La señorita de Sarcicourt... el rosario... Abuela, si yo hubiera sido romana, no hubiera podido reclamar contra ti ante el magistrado... Y las leyes permitían a la joven romana obligar a su padre o a su tutor a casarla.

Nada de eso, nada de eso respondía el cura, que no entendía de finuras... Me voy porque me voy... Buenas tardes... Adiós, señoras. Acompañé al cura hasta la puerta, y sus últimas palabras fueron: Sobre todo, no falte usted a la caridad... Cuando volví al salón, la conversación era ya animada. La de Sarcicourt estaba dando a la abuela una receta exquisita para hacer el pudign con fresas.

De un año a otro Celestina piensa con ardor en la cantidad de novedades que podrá introducir en los pasteles y por toda recompensa no ambiciona más que cumplimientos, lo que, entre paréntesis, no le falta, pues todas conocen su flaco y la adulan. A las dos y media empezó a oírse la campanilla. Genoveva, Petra, Paulina y Francisca llegaron de las primeras. Siguioles de cerca la señorita Sarcicourt.