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¡La educación inglesa! decía Milord abriendo mucho la boca para marcar su admiración. ¡Una gran cosa! Hay que ver lo que sabe la chica... Es verdad que acostumbrada á tantas finuras, se aburre aquí entre brutos. Pero, de mi para usted, don Luis, yo tengo mi plan, mi ambición, y es casarla con algún señor de la compañía.

Carnes, volatería y pescados sazonados como hoy decimos, muy al natural, sin los mil compuestos condimentos de la cocina moderna, legumbres y bastos, aunque apetitosos dulces, vinos puros y generosos, frutas etc., eran los fundamentos por decirlo, así de los yantares de aquellos sóbrios varones; y á medida que los tiempos avanzaron fueron quilatándose los placeres de la mesa con las finuras del paladar hasta los venturosos tiempos presentes en que la «química» ha sustituido muchas principales sustancias alimenticias por exquisitas drogas, falsificando aquellas con una sorprendente habilidad en sus relaciones con la vista y con el paladar.

«Tienes razón dijo Santa Cruz dejándose caer a plomo sobre la silla. Más vale que me quede aquí... porque si bajo, y vuelve el mister con sus finuras, le pego... Yo también boxear». Hizo el ademán del box, y ya entonces su mujer le miró muy seria. Debes acostarte le dijo. Es temprano... Nos estaremos aquí de tertulia... ... ¿ no tienes sueño? Yo tampoco. Acompañaré a mi cara mitad.

La palabra es fuerte y seguramente impropia... Cuando conozcas mejor las finuras de la lengua francesa... Echarme o despedirme, todo es lo mismo dijo Juana con sorda vehemencia. Pero, en suma, ¿qué ha pasado entre mi madre y ? La señora de Candore me ha dicho sencillamente que por motivos personales, estaba precisada a privarse de mis servicios. ¡Diablo! exclamó Raúl mordiéndose el bigote.

Contestó D. Alonso a sus finuras con gravedad, y después quiso enterarse por él de los pormenores del combate. «¿Pero qué ha sido de la reserva? ¿Qué ha hecho Gravina? preguntó mi amo. Gravina se ha retirado con algunos navíos contestó el inglés. De la vanguardia sólo han venido a auxiliarnos el Rayo y el Neptuno.

«Ja, ja, ja... nos llama tías... exclamó Guillermina echándose a reír cual si hubiera oído un inocente chiste . Vaya con el excelentísimo señor... ¿Y piensa que nos vamos a enfadar por la flor que nos echa? Quia; yo estoy muy acostumbrada a estas finuras. Peores cosas le dijeron a Cristo. Señora... señora... no me saque la dinidá; mire que me estoy aguantando... aguantando...

¿Ni cómo habían de entender las quintas esencias y los refinamientos amorosos y místicos que gastan los poetas y algunos de sus héroes, y los discreteos, delicadezas y finuras de sus galanes y de sus damas?

Nada de eso, nada de eso respondía el cura, que no entendía de finuras... Me voy porque me voy... Buenas tardes... Adiós, señoras. Acompañé al cura hasta la puerta, y sus últimas palabras fueron: Sobre todo, no falte usted a la caridad... Cuando volví al salón, la conversación era ya animada. La de Sarcicourt estaba dando a la abuela una receta exquisita para hacer el pudign con fresas.

Con los procedimientos más elementales le hicieron la cura al pobre ciego, restañándole la sangre, y poniéndole vendas que le tapaban uno de los ojos; después le acostaron en el suelo, porque se le iba la cabeza y no podía tenerse en pie. Volvió la mendiga a sacar de su cesta el pan y la carne a medio comer, ofreciendo partir con sus generosos protectores; pero estos, en vez de aceptar, les brindaron con sardinas y unos churros que les habían sobrado de su almuerzo. Hubo por una y otra parte ofrecimientos, finuras y delicadezas, y cada cual, al fin, se quedó con lo suyo. Pero Benina aprovechó las buenas disposiciones de aquella honrada gente para proponerles que albergasen al ciego en la caseta hasta que ella pudiese prepararle alojamiento en Madrid. No había que pensar en que volviese a las Cambroneras, donde sin duda le tenían mala voluntad. A Madrid y a su casa de ella no podía conducirlo, porque ella servía en una casa, y él... En fin, que no era fácil explicarlo... y si los señores guarda-agujas pensaban mal de las relaciones entre Benina y el moro, que pensaran. «Miren ustedes dijo la anciana viéndoles perplejos y desconfiados , no poseo más dinero que esta peseta y estas perras. Tómenlas, y tengan aquí al pobre ciego hasta mañana.

Repórtese vuecencia decía , y no se burle de una pobrecita muchacha. ¿Cómo he de creer yo que guste vuecencia de mi ordinariez cuando vuecencia está acostumbrado a tantas delicadezas y a tantas finuras? Vuecencia ha dado prueba de tan buen gusto, que... vamos, yo no quiero creer que tenga ahora estragado el paladar.