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No era Juana muy reflexiva ni previsora, y no pensó en las dificultades; sólo pensó en el triunfo que ella y su hija, en su sentir, habían alcanzado. Acudió, pues, a la sala baja, donde Juanita estaba cosiendo, y con el mayor alborozo le dio parte de lo que ocurría. Como comentario, la madre no sabía sino exclamar: ¡Qué victoria! Todas esas perras, cochinas, van a reventar cuando lo sepan.

Apaciguado el buen Mordejai, emprendieron otra vez la marcha hacia arriba, y por el camino dijo el ciego a la dama que se había despedido de Santa Casilda, por romper con la Petra; y como los tiempos venían malos y no se ganaban perras, pensaba trasladarse aquella misma tarde a las Cambroneras, cabe el Puente de Toledo, pues en aquel barrio había estancias para dormir por solos diez céntimos cada noche.

Difícil expresar dónde se empalmaban y confundían la virtud y el vicio. La costumbre de escatimar una parte grande o chica de lo que se le daba para la compra, el gusto de guardarla, de ver cómo crecía lentamente su caudal de perras, se sobreponían en su espíritu a todas las demás costumbres, hábitos y placeres.

Otro gran nombre es Reynot. Por su elegante gabinete han pasado los gabanes más mugrientos, los chapeos más abollados, los zapatos más ruinosos. Reynot siente una gran satisfacción protegiendo las letras patrias... con un montoncito de perras gordas. Su tiempo precioso ha estado dividido entre la filantropía literaria y el servicio de incendios.

El caso es que, con una peseta, yo sigo adquiriendo diez perras gordas siempre que quiero. La capacidad adquisitiva de las pesetas, con respecto a las perras gordas, es la misma de siempre, y, con respecto a las monedas extranjeras, es mucho mayor de lo que haya podido serlo nunca. Con una peseta se adquieren hoy numerosos marcos, abundantes coronas y liras a profusión.

No hizo caso la buena mujer, y siguió su camino; pero en la calle, o como quiera que se llame aquel espacio entre casas, se vio importunada por sinnúmero de ciegos, mancos y paralíticos, que le pedían con tenaz insistencia pan, o perras con qué comprarlo. Trató de sacudirse el molesto enjambre; pero la seguían, la acosaban, no la dejaban andar.

De noche, sobre todo, tomaba estruendosas perras, berreaba mucho y no dejaba que ni donna Olimpia, ni Teletusa, ni el corsario, pegasen los ojos. El corsario, durante tres noches, lo aguantó todo por galantería; pero en la noche cuarta, se puso tan nervioso y tan frenético que apenas nos atrevemos a decir lo que hizo, tanto es el horror que nos causa.

Salió del café la Benina, gozosa, pensando que no había perdido el tiempo, pues si resultaban fantásticas las pieldras preciosas que en montones Mordejai pusiera ante su vista, positivas y de buena ley eran las cuatro perras, como cuatro soles, que había ganado vendiendo el inútil regalo del monomaníaco Trujillo.

Estaba irrascible, irritable, convulsa como una fiera herida; la silla tiritaba bajo el peso de sus muslos pletóricos y su marido volvía a agitarse acariciando tímidamente el recuerdo favorito del tratamiento del doctor Brown. No valen todas ellas el disgusto que me han dado, ¡perras viejas caches! exclamaba con una voz tosida y un poco gangosa.

Acto continuo repartió las perras, que iba sacando del cartucho una a una, sobándolas un poquito antes de entregarlas, para que no se le escurriesen dos pegadas; y despidiéndose al fin de la pobretería con un sermoncillo gangoso, exhortándoles a la paciencia y humildad, guardó el cartucho, que aún tenía monedas para los de la puerta del frontis de Atocha, y se metió en la iglesia.