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Tiene prometida una embajada para dentro de seis meses, y Roberto está seguro de que te ofrecerá el puesto de agregado. Acéptalo, Rodolfo, aunque sólo sea por complacerme. Puesta la cuestión en este terreno y con mi cuñadita frunciendo las cejas y dirigiéndome una de sus más irresistibles miradas, no le quedaba a un tunante como yo más remedio que ceder, compungido y pesaroso.

Unas en grupos resonantes de gritos y risas, otras solitarias preocupadas, caminando a paso largo, todas con vistosos trajes de percal y flores en el cabello, pasaron por delante de , dirigiéndome alguna vez breves miradas de curiosidad y sorpresa, como si pensasen: «¿Qué hará aquí este desaborío, que ni siquiera nos dise: ¡Olé las mujeres castisas! ¡Viva tu madre, mi niña!?»

Vamos, Celestina, dinos lo que piensas de San Pablo continué dirigiéndome a la anciana, que se obstinaba en pasarse la mano por las narices como para quitarse una humedad molesta. Pienso respondió la aludida, a la que halagaba la atención de que era objeto, pienso que Dios ha enviado a San Pablo para impedir que las jóvenes se pierdan casándose.

Veamos las ventajas dije fríamente, dirigiéndome a Máximo. Hay que saber ante todo si Gastón de Givors no la disgusta a usted. No lo conozco. Dispense usted, Elena, pero debe conocerlo, porque ha venido aquí varias veces y hasta han hablado ustedes. Es posible, pero no he reparado en él. Viene aquí mucha gente y el señor de Givors se ha perdido en la multitud.

La gratitud penetró en mi corazón como una luz del cielo, como un bálsamo dulcísimo, y perdí por completo los pocos deseos que me ligaban a la vida. «Gracias pueblo de Madrid, exclamé dirigiéndome a la ciudad: gracias, pueblo generoso y culto, por no haber venido a gozar con el espectáculo de mi muerte ignominiosa. ¡Qué hubieras ganado presenciando la suprema agonía de un infeliz!

Habiendo recorrido con exámen los contornos del inmenso lago de Chucuito, que, situado á la altura de cuatro mil varas sobre el nivel del Oceano, se extiende á mas de treinta y tres leguas geográficas de largo sobre quince á veinte de ancho, presentando el aspecto de un pequeño mar, volví á pasar por la postrera vez la cordillera occidental, dirigiéndome al puerto de Arica.

Es una chica muy amable. ¿Cree usted?... respondió dirigiéndome una mirada risueña y burlona. Hombre... así me lo ha parecido repliqué un poco acortado. Bueno, bueno; por mi parte que se le expida el título.

Subí por la cuesta de Tiquipaya y llegué á unas altas planicies de donde me encaminé, por un llano que ocupaba la cumbre de la cordillera oriental, hácia el punto culminante, que traspusé fácilmente, y comencé á bajar dirigiéndome al lugarejo de Tutulima. Yo habia pues pasado sin obstáculos la cordillera, y ya una de las dificultades de mi empresa quedaba allanada.

¿Hay otra cosa? se sonrió con esfuerzo. , Zapiola te va a decir... ¡Vezzera! exclamé. ... Es decir, no el motivo suyo, sino el que yo le atribuía para no venir más aquí... ¿sabes por qué? Porque él cree que usted se va a enamorar de me adelanté, dirigiéndome a María. Ya antes de decir esto, vi bien claro la ridiculez en que iba a caer; pero tuve que hacerlo.

Pasó por delante del Conde, a quien saludó fríamente, y aproximándose a para despedirse, tomó mi mano, que llevó respetuosamente a sus labios. Yo le dije en voz baja: »Esta noche a las doce. »¡A las doce! repitió estrechando mi mano y dirigiéndome una mirada llena de reconocimiento y de ternura.