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Algunos diputados, tendidos en sus escaños, parecían cadáveres en descomposición. Olía mal. Indudablemente pensé , el Parlamento no es un espectáculo de verano. Para el verano ya tenemos las corridas de toros, que se hacen al aire libre. Y, dirigiéndome a un diputado amigo: ¿Por qué no cierran ustedes? le dije.

Una de las causas más frecuentes de celibato dijo la Fontane, es tener un carácter demasiado independiente. Detestable causa exclamó la abuela dirigiéndome un suspiro. No es ese mi caso afirmó la Sarcicourt, que temía probablemente que se le imputase semejante disposición. En mi vida he sabido lo que era tener ideas fijas y personales... ¡Pobre amiga! respondió Francisca llena de lástima.

Todas estas casas tienen ascensor, y todos estos ascensores tienen un letrero que dice: «No funcionaEn una, sin embargo, el ascensor carecía de letrero, lo que me hizo pensar muy mal del servicio. Esta casa es la que no funciona bien me dije. Y, dirigiéndome a la portera, la interrogué sobre el particular. Me había equivocado.

No, ahora no dijo Bryce . Dirigiéndome a Flitton hice esta vuelta con la idea de que no sería malo que entrara de paso en vuestra casa, para deciros todo lo que sabía respecto al caballo. Supongo que maese Dunsey no ha querido mostrarse antes de que la mala noticia se hubiera disipado un poco.

Lo que proyectaban era precipitarse sobre repentinamente durante mi conversación con ellos. Déjenme ustedes meditar su promesa unos instantes añadí, pareciéndome oír burlona risa al otro lado de la puerta. Póngase usted ahí, contra la pared, fuera del alcance de los revólvers murmuré dirigiéndome a Antonieta. ¿Qué va usted a hacer? preguntó alarmada. Ya lo verá usted.

«Ilustre señor marqués, a quien ya no me atrevo a llamar amigo: Creo cumplir con un deber de conciencia dirigiéndome a usía, para pedirle perdón de las muchas faltas que he cometido en su daño.

Márchese usted me dijo Joaquinita, dirigiéndome una mirada impregnada de simpatía. Márchese usted, para que no digan. En cuanto estemos separados un ratito, ya podemos juntarnos otra vez y disfrutar otro cuarto de hora de seguridad. Hasta luego. Aparteme de ella y di una vuelta por el patio, observando la algazara que reinaba.

Al medio día, entraba en mi pila de mármol rosa, donde los perfumes derramados daban al agua un tono opaco de leche: después, pajes rubios, de manos suaves, me daban fricciones con el ceremonial de quien celebra un culto; y envuelto en un «robe-de-chambre» de seda índica, atravesaba la galería mirando a mis «Fortunys» y a mis «Curots» entre dos filas silenciosas de lacayos, dirigiéndome al comedor, donde, servidos en platos de Sévres, azul y oro, humeaban los más suculentos manjares.

Subí penosamente mis seis pisos y tomé, temblando de emoción, mi bienhechora garrafa, cuyo contenido bebí poco á poco; después encendí el cigarro de mi amigo, y miréme al espejo dirigiéndome una sonrisa animadora. En seguida volví á salir, convencido de que el movimiento físico y las distracciones de la calle me eran saludables.

Todo lo que puedo recordar, y aun muy vagamente, de aquellos instantes de confusión y de ira, es que pronuncié algunas palabras en solicitud de un plazo de unos meses para dedicarlos a la reflexión y seguramente, añadí, para que no se hiciera ilusiones, que de otro modo nada obtendrían de , porque mi madre salió dirigiéndome una mirada más severa que de costumbre.