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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Pero si no hay inquilino al lado... No comprendo... En fin, no es para mí... ¿Qué significa esto? Me fastidia usted; llévese eso. La pobre mujer se puso á plegar tristemente su mantel, dirigiéndome las miradas desconsoladas de un perro á quien se ha castigado. ¿El señor ha comido probablemente? volvió á decir con voz tímida. Probablemente.
La gratitud penetró en mi corazón como una luz del cielo, como un bálsamo dulcísimo, y perdí por completo los pocos deseos que me ligaban a la vida. «Gracias pueblo de Madrid, exclamé dirigiéndome a la ciudad: gracias, pueblo generoso y culto, por no haber venido a gozar con el espectáculo de mi muerte ignominiosa. ¡Qué hubieras ganado presenciando la suprema agonía de un infeliz!
La Corte, desandando la Historia de España hasta llegar á su cuna, y yo, dirigiéndome á Valladolid para luego girar hacia estos montes sin historia conocida, hemos atravesado, pues, el país clásico de los Infanzones de Castilla, la tierra que pisaron los Condes, los Reyes y los Caballeros, el lugar de mil batallas portentosas y de treinta Cortes que hoy son pobres y obscuras villas.
Seguramente, señorita, me vais a hacer decir disparates... y me voy. Y dirigiéndome la más hermosa de sus reverencias, desapareció en las profundidades de su lechería con cuya puerta me dio en la nariz. ¿Por qué diría disparates?... Vamos; no tengo más que recurrir a Susana; lo que falta es que no quiera hablar. Entré a la cocina.
No siendo brutal ni insolente, sino dirigiéndome á vos, por ejemplo, para deciros cortésmente: "He resuelto mataros y espero que me hagáis la merced de designar hora y lugar donde podamos vernos cara á cara y espada en mano."
Sólo dirigiéndome la palabra me honra Vd. ¿Había de pagarla con descortesía o ligereza? No se hable más del caso. Lo que quiero, es saber que no le he ofendido a Vd. Y le tendió amistosamente la mano. Ambos quedaron perplejos, y desde entonces fueron más reservados uno para con otro.
Supongo dije por último, dirigiéndome a mi Tomasito, que usted no querrá abarcar honra y provecho: esas estupendas rarezas que por acá nos vienen contando los viajeros de los Walter Scott, los Casimir Delavigne, los Lamartine, los Scribe y los Víctor Hugo, de los cuales el que menos tiene, amén de su correspondiente gloria, su palacio donde se da la vida de un príncipe, son cosas de por allá y extravagancias que sólo suceden en Francia y en Inglaterra; verdad es que no tenemos tampoco hombres de aquel temple, pero si los hubiere sucedería probablemente lo mismo.
El señor Baltet ha descubierto un sarcófago o alguna moneda muy rara, y quiere participárselo a mi madre... Es muy amable ha añadido, dirigiéndome una linda sonrisa. Yo también me he reído... Qué lejos está el señor Baltet de tal asunto de confidencias... Tan lejos como yo... He podido echar la vista encima a Francisca, durante un minuto. Estaba nerviosa, molesta e impresionable en exceso.
Veamos, coronel; es decir que el señor Raséndil me haría un servicio si... Eso, eso; Vuestra Majestad puede darle la forma más cortés y diplomática que juzgue conveniente dijo Sarto sacando del bolsillo una enorme pipa. ¡Basta, señor! exclamé dirigiéndome al Rey. Hoy mismo saldré de Ruritania. ¡Eso no! exclamó el Rey.
Palabra del Dia
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