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Unas en grupos resonantes de gritos y risas, otras solitarias preocupadas, caminando a paso largo, todas con vistosos trajes de percal y flores en el cabello, pasaron por delante de , dirigiéndome alguna vez breves miradas de curiosidad y sorpresa, como si pensasen: «¿Qué hará aquí este desaborío, que ni siquiera nos dise: ¡Olé las mujeres castisas! ¡Viva tu madre, mi niña!?»

Tenían que ataviarse y estar prontas antes del , que se tomaría temprano, y que debía animarles para el baile. Cuando la señorita Nancy entró, hubo por toda la casa un murmullo de voces, que se confundió con el ruido de un violín que estaba preludiando en la cocina. Pero la llegada de los Lammeter tenía evidentemente tan preocupadas a las gentes, que se asomaron a la ventana para verles llegar.

Vámonos de aquí dijo Ojeda nerviosamente, como si no le inspirase confianza la altura que los separaba de estos personajes. Notaron al pasear por la cubierta la escasez de señoras. Algunas que se mostraban por breves momentos parecían preocupadas con la busca de algo importante. Luego desaparecían, como si se les ocurriese una idea nueva o hubieran adquirido un dato que modificaba su mal humor.

Ahora le parecía imposible haber vivido de este modo, como una planta, como un pedrusco, sin verdadera alegría, sin dulces tristezas... sin ideal. Como él había sido, así eran casi todas las gentes que pasaban junto a él. Vivían preocupadas por las más groseras aspiraciones, sin una chispa de amor. Toda la poesía de la tierra se reconcentraba en unos cuantos, que eran ellos, los enamorados.

Sólo después de las comidas se formaban tertulias en el jardín de invierno; tertulias amistosas, sin rivalidades en el traje ni en las joyas, vistiendo cada cual a su gusto, como gentes preocupadas por una tarea extraordinaria y faltas de tiempo para pensar en el propio adorno. Sólo quedaban horas contadas de viaje: aquel día y parte del siguiente.

Preocupadas ya con esto las autoridades locales y temiendo que aquella epidemia perruna fuese contagiosa y pusiese en peligro al vecindario, el buen Asistente, que lo era á la sazón don Ramón Larrumbe, dirigióse á la Sociedad de Medicina en 26 de Mayo, á fin de que este Cuerpo interviniera en el asunto, y, examinando detenidamente á los canes atacados, informase del riesgo que pudiera ofrecer á la salud pública.