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Uno de los más chiflados de la escuela se esforzaba en convencer a Rubín, tomando ese tonillo de unción y ese amaneramiento de cuello torcido y ojos bajos en que cae todo propagandista de doctrina religiosa, cualquiera que sea. Feijoo aparentaba creer, por darles cuerda y oírles desatinar.

Empieza pues á insinuarse el amaneramiento desde antes de florecer como arquitecto de S. Pedro de Roma el Borromino.

Y cuanto en ellas puede censurarse nace de la escuela que sigue y del empeño de superar y de extremar sus rarezas, tanto en el sentir y en el pensar, como en el estilo o modo de expresarse. Lo colosal y enorme de las imágenes delata el prurito de aturdir y de sorprender, y produce, hasta en los más eminentes poetas, hasta en el mismo Víctor Hugo, un amaneramiento barroco.

Huellas aisladas de este amaneramiento exagerado, que forma chocante contraste con la soltura, la libertad y naturalidad de Lope, de Tirso y de Alarcón, se observan hasta en las obras más perfectas de nuestro poeta; sólo que, en ellas, su vigor poético primitivo predomina con tanto brillo, que obscurece, por decirlo así, ese elemento alambicado.

D. Eduardo Marquina, en quien reconozco y aplaudo muy altas prendas de poeta, emplease menos el acicate y mucho más el freno al dirigir a su Pegaso, y sólo llevase a las ancas cuando cabalga en él a su propia Musa, legítima y castiza, y no a la aventurera venida de tierras extrañas y cuyo prurito de llamar la atención la induce a vestirse a menudo con vestiduras un poco extravagantes y con exótico amaneramiento.

Al quitarse aquellas galas delante de su amiga, pensaba en el tremendo problema de explicar al marido la adquisición de ellas, cuando no tuviera más remedio que lucirlas ante sus ojos o no lucirlas. Milagros no se despidió sin repetir con amaneramiento compungido sus ahogos y el remedio que solicitaba.

Pero este amaneramiento de descomponer las cualidades de los personajes, y hacer un fatigoso alarde de sus cualidades y pensamientos, es incompatible por completo con la esencia y objeto de la poesía dramática.

Tal fué, en substancia, mi conversación con la respetable señora que, desgraciadamente, no puede hoy reñirme por esta delación, doce años ha, es decir, cuando en Santander era de buen tono no haber pisado jamás el campo; cuando los que en él hemos nacido, teníamos que negar la procedencia en estos salones para no producir entre la gente «fina» cierta prevención que, con frecuencia, rayaba en repugnancia; cuando hasta por las personas de más alta jerarquía se llamaba judío á todo extranjero que tuviera las patillas rubias, ó la pinta sospechosa; cuando, en fin, entregado aún este pueblo á sus propios y naturales recursos, atravesaba el período más crítico de su amaneramiento.

Prevaleció el amaneramiento de decir siempre que los tiempos eran muy malos, pero muy malos; el lamentarse de la desproporción entre sus míseras ganancias y su mucho trabajar; subsistió aquella melosidad de dicción y aquella costumbre de preguntar por la familia siempre que saludaba á alguien, y el decir que no andaba bien de salud, haciendo un mohín de hastío de la vida.

Ana que se dejaba devorar por los ojos grises del seductor y le enseñaba sin pestañear los suyos, dulces y apasionados, no pudo en su exaltación notar el amaneramiento, la falsedad del idealismo copiado de su interlocutor; apenas le oía, hablaba ella sin cesar, creía que lo que estaba diciendo él coincidía con las propias ideas; este espejismo del entusiasmo vidente, que suele aparecer en tales casos, fue lo que valió a don Álvaro aquella noche.