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Se promovió una controversia: Sepé afirmando la huida, si la quisiese tomar, y los Portugueses riyendo, porque la juzgaban imposible, y tenian por vanas sus amenazas; pero el hecho las probó verdaderas: porque como una y otra vez le preguntaron ¿como podia hacer esto? les dijo: veis ahí; y asorando el caballo con la voz, con el azote y con alaridos, se les escapó, y llevado en el pegaso, que parecia que volaba, se encaminó hácia el rio y bosque, quedándose espantados, y no atreviéndose á seguirle los soldados de á caballo, porque aun las balas de los 12 fusiles con sus llamas, parecia que no lo alcanzarian.

Envidiarle pudiera Rocinante Al gran Pegaso de presencia brava, Y aun Billadoro el del señor de Anglante. Con no quantas alas adornaba Manos y pies, indicio manifiesto, Que en ligereza al viento aventajaba. Y por mostrar quan agil y quan presto Era, se alzó del suelo quatro picas, Con un denuedo y ademan compuesto.

-El nombre -respondió la Dolorida- no es como el caballo de Belorofonte, que se llamaba Pegaso, ni como el del Magno Alejandro, llamado Bucéfalo, ni como el del furioso Orlando, cuyo nombre fue Brilladoro, ni menos Bayarte, que fue el de Reinaldos de Montalbán, ni Frontino, como el de Rugero, ni Bootes ni Peritoa, como dicen que se llaman los del Sol, ni tampoco se llama Orelia, como el caballo en que el desdichado Rodrigo, último rey de los godos, entró en la batalla donde perdió la vida y el reino.

¡Va el corcel de mis versos...! Da a los aires sus crines de metáforas nuevas y de símbolos bellos; sus relinchos rimbomban como fieros clarines y sus cascos galopan despidiendo destellos. El corcel de mis versos es rebelde a los frenos porque sabe que ahogan como en flor su carrera; y en su fuga brillante por los cielos serenos, no es Pegaso con alas, sino roja bandera...

D. Eduardo Marquina, en quien reconozco y aplaudo muy altas prendas de poeta, emplease menos el acicate y mucho más el freno al dirigir a su Pegaso, y sólo llevase a las ancas cuando cabalga en él a su propia Musa, legítima y castiza, y no a la aventurera venida de tierras extrañas y cuyo prurito de llamar la atención la induce a vestirse a menudo con vestiduras un poco extravagantes y con exótico amaneramiento.

Pero, hundido en aquella penumbrosa covacha, oficina en donde se destilaban y clarificaban los enigmas del pensamiento y de la existencia, de continuo a horcajadas sobre su torno de montar, que era Clavileño y era Pegaso, Belarmino se eximía de la gravitación y esclavitud de la materia, volaba libremente por los espacios fantásticos, se cernía en las esferas uranias, contemplaba el diccionario es decir, el mundo desde perspectivas tan remotas, que acaso se mareaba y se le ponía la carne de gallina.

Del mérito literario de esta comedia nada más diremos, sino que ofrece las escasas bellezas antes indicadas, pero sin duda con mayor extremo la influencia perniciosa del yugo impuesto por este autor en su Pegaso, por lo demás de vuelo poco alto.

Las aplicaciones de la maquinaria que hubo de exigir su representación, debieron ser de las más complicadas, porque casi todas las hazañas atribuídas á Hércules aparecen en este drama. Entre otras, trepa á la cima del Parnaso, monta allí en el caballo Pegaso y cabalga en él por los aires, para pelear con el dragón, que guarda las manzanas de las Hespérides.

Imposible. Esto sería lo peor que se me pudiera ocurrir. Esto sería un sermón inaguantable. Hablemos, pues, de la Primavera, aunque sea sin orden. ¡Ojalá tuviese yo a mano al Pegaso o al Hipogrifo, para imitar a Perseo o a Astolfo, montar en él, y correr a rienda suelta a donde y por donde el monstruo quisiera llevarme!

Y aun haré cuenta que voy caballero sobre el caballo Pegaso, o sobre la cebra o alfana en que cabalgaba aquel famoso moro Muzaraque, que aún hasta ahora yace encantado en la gran cuesta Zulema, que dista poco de la gran Compluto.