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Al regresar yo con las manos vacías, fue tal el afán de Rosa para demostrar a mi hermano su error, que se olvidó de reñirme, dedicando casi todas sus quejas al silencio que yo había guardado en mi ausencia, no dándoles la menor noticia de mi paradero. Hemos malgastado un tiempo precioso buscándote dijo. Ya lo respondí. La mitad de nuestros embajadores han perdido el sueño por culpa mía.

»El melancólico y tristón Felipe, goza el privilegio de que me río de él para mi fuero interno cuando le tengo en mi presencia, y con la señora Braun cuando se ha marchado... A ése no tengo que respetarle... »Puede usted reñirme por esta tendencia a la burla que yo misma me echo en cara, sobre todo tratándose de uno de sus mejores amigos.

Después ya fue otra cosa: a fuerza de suplicarme usted y hasta de reñirme, ya logré colocarme mejor y dejarle más libre y desembarazado... a todo esto, alejándose el yacht, y usted explicándome por qué lo hacía... después todas sus palabras para darme alientos, hasta que el barco volviera por nosotros... ¡si volvía, Leto, si volvía a tiempo!, porque a pesar de sus palabras, demasiado conocía yo lo que pasaba por usted: las fuerzas humanas no son de hierro; y aquella espantosa situación no daba larga espera... Recuerdo la alegría de usted cuando vio el yacht encarado a nosotros; sus temores de que a Cornias no se le ocurrieran ciertas precauciones, y el barco, por demasiada velocidad, pasara a nuestro lado sin poder recogernos; y su entusiasmo cuando vimos caer las velas una a una, quedarse el barco desnudo, y al valiente Cornias de pie, con la caña en la mano y conduciéndole hacia nosotros hasta ponerle a nuestro lado, dócil y manso, y creo que hasta risueño... No parecía barco, sino un perro fiel que iba en busca de su señor. ¡No he de recordarlo, Leto? ¡Pues es para olvidado en toda mi vida por larga que ella sea?.... Como lo que usted dijo en cuanto llegó a nosotros el yacht, y el pobre Cornias, pálido como la muerte, se arrojó sobre el carel con los brazos extendidos... ¿Se acuerda usted, Leto?

¡Ah, tío Manolillo! mucho y grave es lo que á me sucede dijo compungido el cocinero mayor. Sois el rigor de las desdichas, Montiño, y por vuestra torpeza y vuestra cobardía hacéis esas desdichas mayores; y esa horrible codicia... Yo creía que veníais á otra cosa, tío Manolillo dijo el cocinero , y no á reñirme por desgracias que yo no he podido evitar.

»Al separarme del doctor subí a mi cuarto para escribirle a usted esta carta que ahora dejo interrumpida y continuaré más tarde, pues acabo de recibir recado de Magdalena diciéndome que me aguarda, y corro a verla.» A las diez. «Puede usted reñirme, Antoñita; bien lo merezco porque temo haber cometido una gran locura. »Magdalena estaba sola.

Razón tendría mamá de reñirme si me sorprendiese hablando por teléfono con usted: con un hombre a quien ella no conoce. ¡Qué desenvoltura! ¡Qué modo de sacar los pies del plato! ¿Es esta la educación que en el convento te han dado aquellas benditas madres? exclamaría mamá.

Tal fué, en substancia, mi conversación con la respetable señora que, desgraciadamente, no puede hoy reñirme por esta delación, doce años ha, es decir, cuando en Santander era de buen tono no haber pisado jamás el campo; cuando los que en él hemos nacido, teníamos que negar la procedencia en estos salones para no producir entre la gente «fina» cierta prevención que, con frecuencia, rayaba en repugnancia; cuando hasta por las personas de más alta jerarquía se llamaba judío á todo extranjero que tuviera las patillas rubias, ó la pinta sospechosa; cuando, en fin, entregado aún este pueblo á sus propios y naturales recursos, atravesaba el período más crítico de su amaneramiento.

El doctor se estremeció y levantó la cabeza. ¡Cómo! ¡Antoñita! ¿eres ? exclamó. ¡Bien venida seas, hija mía! No si dirá usted eso mismo dentro de muy poco rato, tío. ¿No? ¿por qué no he de decirlo? Porque vengo a reñirle. ¿Reñirme, ? , yo misma. ¡A ver! Explícate; dime por qué. Querido tío, lo que tengo que decirle es cosa muy seria. ¿De veras?

Hablé con volubilidad y mucho tiempo, radiante de ver que no solamente se olvidaba el cura de reñirme, sino que escuchaba con interés lo que le refería. En vista de mi entusiasmo y mi alegría, reaparecidos como por encanto, le volvieron también súbitamente los colores y el aire risueño.

Puede usted reñirme, Amaury, pues es el único capaz de corregir mis defectos si así se lo propone... Pero no me gusta oírle hablar de usted: querría oírle a usted mismo. »¿Cuál es ahora su disposición de ánimo? ¿En qué piensa? ¿Qué siente? »¡Oh! ¡Cuán triste es mi posición, colocada entre usted y mi tío!... Me espantan, me aniquilan, esos dos grandes dolores...