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Pero su esposa fue a verme para suplicarme que les permitiese estar un mes en Palacio, mientras buscaban casa, a lo que accedí de muy buen grado.

Mis buenos instintos parecían muertos y sólo sobrevivían en las malas tendencias. Había olvidado á mi madre, que lloraba, y á mi hermana, que me suplicaba. No tenía más ley que mi capricho y mis pasiones; era un ser despreciable y cobarde. Vi á mi madre suplicarme de rodillas que no la abandonase, que no deshonrase su vejez, y permanecí sordo á sus súplicas, y me reí de su desesperación...

Después ya fue otra cosa: a fuerza de suplicarme usted y hasta de reñirme, ya logré colocarme mejor y dejarle más libre y desembarazado... a todo esto, alejándose el yacht, y usted explicándome por qué lo hacía... después todas sus palabras para darme alientos, hasta que el barco volviera por nosotros... ¡si volvía, Leto, si volvía a tiempo!, porque a pesar de sus palabras, demasiado conocía yo lo que pasaba por usted: las fuerzas humanas no son de hierro; y aquella espantosa situación no daba larga espera... Recuerdo la alegría de usted cuando vio el yacht encarado a nosotros; sus temores de que a Cornias no se le ocurrieran ciertas precauciones, y el barco, por demasiada velocidad, pasara a nuestro lado sin poder recogernos; y su entusiasmo cuando vimos caer las velas una a una, quedarse el barco desnudo, y al valiente Cornias de pie, con la caña en la mano y conduciéndole hacia nosotros hasta ponerle a nuestro lado, dócil y manso, y creo que hasta risueño... No parecía barco, sino un perro fiel que iba en busca de su señor. ¡No he de recordarlo, Leto? ¡Pues es para olvidado en toda mi vida por larga que ella sea?.... Como lo que usted dijo en cuanto llegó a nosotros el yacht, y el pobre Cornias, pálido como la muerte, se arrojó sobre el carel con los brazos extendidos... ¿Se acuerda usted, Leto?

Allí inventé un cañón que no llegó a dispararse, porque todo Londres, incluso la Corte y los Ministros, vinieron a suplicarme que no hiciera la prueba por temor a que del estremecimiento cayeran al suelo muchas casas. ¿De modo que tan gran pieza ha quedado relegada al olvido? Quiso comprarla el Emperador de Rusia; pero no fue posible moverla del sitio en que estaba.

Sin embargo, por un resto de consideración ó indulgencia solía Enrique IV defender alguna vez á su Consejero de la malquerencia de Villeroy y de Rosny; prueba esta carta dirigida al último: «Antonio Pérez ha venido á darme gracias por los tres mil escudos que se le han dado, y á suplicarme se extiendan á la cantidad de cuatro mil, con el fin de que si llega á saberse en España no digan que recibe menos que en los años anteriores.

El almirante, dándome las gracias por mi reserva, se despidió en unión del General Anderson, no sin suplicarme suspendiera por entonces el ataque contra Manila, porque ellos estaban estudiando un plan; para tomar con sus fuerzas Intramuros, dejando la toma de los arrabales para las nuestras.

Se apresuraron a desatarme; me entregaron libre al cura, quien me abrazó llorando de emoción; vinieron a suplicarme que los perdonara y en ese momento apareció mi infeliz mujer, jadeando de fatiga, gritando y mostrando en sus brazos a mi hijo más pequeño, implorando piedad para .