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La ira y displicencia trocáronse al punto en blandura y mimo. No tardó en presentarse el síntoma más claro de la sedación, que era un vivo arrepentimiento de todo lo que había dicho y la vergüenza de recordarlo, pues no significaban otra cosa los gruñidos, y el quejarse de imaginarios dolores.

Felizmente no se trataba de horca ni de guillotina, porque mucho me temo que en presencia de ellas, probablemente habría flaqueado mi estoicismo. Hago lo mismo que , Blanca, espero. Yo no tengo la suerte de mi lobezna del Zarzal respondiome sonriendo, ¡cinco pedidos a la vez: figúrate! No me hables más de esto, te ruego; el recordarlo me fastidia, me oprime, me asfixia.

Después ya fue otra cosa: a fuerza de suplicarme usted y hasta de reñirme, ya logré colocarme mejor y dejarle más libre y desembarazado... a todo esto, alejándose el yacht, y usted explicándome por qué lo hacía... después todas sus palabras para darme alientos, hasta que el barco volviera por nosotros... ¡si volvía, Leto, si volvía a tiempo!, porque a pesar de sus palabras, demasiado conocía yo lo que pasaba por usted: las fuerzas humanas no son de hierro; y aquella espantosa situación no daba larga espera... Recuerdo la alegría de usted cuando vio el yacht encarado a nosotros; sus temores de que a Cornias no se le ocurrieran ciertas precauciones, y el barco, por demasiada velocidad, pasara a nuestro lado sin poder recogernos; y su entusiasmo cuando vimos caer las velas una a una, quedarse el barco desnudo, y al valiente Cornias de pie, con la caña en la mano y conduciéndole hacia nosotros hasta ponerle a nuestro lado, dócil y manso, y creo que hasta risueño... No parecía barco, sino un perro fiel que iba en busca de su señor. ¡No he de recordarlo, Leto? ¡Pues es para olvidado en toda mi vida por larga que ella sea?.... Como lo que usted dijo en cuanto llegó a nosotros el yacht, y el pobre Cornias, pálido como la muerte, se arrojó sobre el carel con los brazos extendidos... ¿Se acuerda usted, Leto?

La simple insinuación de semejante idea habría hecho probablemente caer á tierra sin sentido á esta anciana señora, como por efecto de una infusión de veneno intensamente mortífero. Lo que el ministro dijo en realidad, no pudo recordarlo nunca.

Mira cómo tiemblo; es la impresión, que aún no ha pasado, el susto de ver descubierto mi secreto. ¡Un hombre como descendiendo hasta , fea y enferma para siempre...! No; no me hables del otro. Lo olvidé hace mucho tiempo; ¿cómo voy a recordarlo ahora que me haces la limosna de tu cariño? No, Gabriel; eres el más grande y el más bueno de los hombres. Me pareces un dios.

Tenía un aspecto tan radiante, su dulce fisonomía respiraba tal contento, que todavía me río al recordarlo, y su júbilo es para mi uno de los mejores recuerdos de aquel tiempo. No caminaba: volaba, y llegamos en un soplo a la iglesia. Acabábase de colocar el púlpito, y el cura, en éxtasis ante él, me dijo en baja voz: ¡Mira Reinita, mira! ¿No es una feliz ocurrencia? Al fin poseemos un púlpito.

MANRIQUE. No me he atrevido... no por qué se me ha figurado que me habíais de contar alguna cosa horrible. AZUCENA. ¡Tienes razón, una cosa horrible!... Yo, para recordarlo, no podría menos de estremecerme... ¿Ves esa hoguera? ¿Sabes lo que significa esa hoguera?

Me pareció aquello muy mal y formé de Isabel idea distinta de la que tenía. Desde entonces no podía hablar con Villa sin sentirme animado de compasión, que, por supuesto no dejé traslucir. Por una de esas simplezas que los hombres inexpertos solemos tener, viví aquellos días en un estado de feliz confianza, que aún hoy, al recordarlo, me irrita contra mismo.

Pero todo salió bien, cayeron en nuestro poder el rey Juan y su hijo, Nelson y yo descubrimos un carro con doce barriles de vino generoso destinado á la mesa del rey... y no cómo fué, muchachos, pero os aseguro que no me acuerdo de lo que sucedió después, ni tampoco pudo recordarlo Nelson. ¿Y al día siguiente?

825 Y me ha contao además el gaucho que hizo el entierro -al recordarlo me aterro, me da pavor este asunto- que la mano del dijunto se la había comido un perro. 826 Tal vez yo tuve la culpa porque de asustao me fuí; supe, despues que volví, y asigurárselos puedo, que los vecinos, de miedo, no pasaban por allí.