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El golpe es rudo... pero vamos a cuentas. Del exceso del mal brota a veces en la vida el consuelo, y si no el consuelo, la persuasión de que las fuerzas humanas se estrellan contra la realidad. La cosa es dolorosísima: para un enamorado, saber que su amada se ha puesto fea es robarle el sol a medio día... En cambio la situación no puede ser más despejada. Todo te lo dan hecho. Explícate.

Comían solos el matrimonio y D. Juan Nepomuceno, pues por raro accidente no había huésped pariente en casa por aquellos días; D. Juan es claro que vivía con los sobrinos. Bonis al principio no comprendió nada de las señas de su mujer ni les atribuyó gravedad alguna. ¿Qué dices, chica? Explícate. ¡Mmm, mmm! murmuró ella, y siguió con la misma pantomima, cada vez más acentuada en los gestos.

Después de un rato, vuelta en , viendo que don Bernardino callaba, dijo con desmayada voz: No , Bernardino, no te comprendo, ¿he oído bien? explícate, si no quieres que me vuelva loca. ¡Explicaciones! hay cosas que no se explican; vienen porque , cuando menos se piensa, de la manera más imprevista.

¿A ver? Usted va á entrar en un momento en que Clarita esté sola. ¿Sola? Pues esos demonios, si salen alguna vez, ¿la dejarán allí? . ¿Y cuándo salen? Yo me encargo de averiguarlo y de arreglar eso. Explícate mejor. Lo primero que usted debe hacer, señor don Claudio es escribir una carta á la niña. Yo también me encargo de eso.

Y yo podré decir como Mignon: ¡Qué hermoso es el país en que florece el naranjo! Pero tu amor, que refleja el paraíso, es para aún más hermoso. » ¡Ay! suspiró Amaury. » ¿Qué te pasa? le preguntó Magdalena. » ¿Por qué la dicha va siempre acompañada de una sombra que por muy leve que sea, lleva, la inquietud consigo? » ¿Qué quieren decir con eso? ¡Explícate!

Vamos, explícate: ¿confesó que le era simpática?... ¡El siempre le echa unos ojos!... Carmen, obligada a responder, torpe y confusa, dijo sencillamente. Me ha dicho que no piensa casarse nunca. La señora, descompuesta en un instante, bramando de furor, alzó los brazos sarmentosos sobre la cabeza de la niña. Luego se tiró de los pelos.

La empleada respondió prorrumpiendo en una carcajada llena de juventud. ¿Mi jubilación? Gracias a Dios, amigo mío, estoy todavía fuerte y espero evitar durante algunos años el ser arrinconada. Sin duda... Pero es precisamente por eso... Estás joven y activa... No temes los viajes... Y, por otra parte, eres hija y madre de soldado... Explícate... Oye.

Pues si temes eso, ¿por qué te quieres mover de aquí? Es que, por otra parte, parece que nos conviene ir a la villa. Pues entonces id benditos de Dios. No me explico bien, señor don Justo. Pues explícate mejor. Voy a hacerlo sin rodeos. A usted ¿qué le parece? ¿Nos conviene o no nos conviene salir de aquí? Antes de responder a esa pregunta, necesito que me respondas a otra.

Pero entonces la cegó la ira y dijo con cruel desabrimiento al Conde Enrique: ¿De qué te ríes, imbécil? ¿De qué te ríes? Pues me río, contestó el conde tartamudeando, pues me río... Vamos... interrumpió ella. Di, explícate. Dios te habla.

Si fuera cierto, ahora mismo ponía en planta a toda la familia para que lo supieran; de fijo que papá se encasquetaba el sombrero y se echaba a la calle, disparado, a comprar un nacimiento. Pero vamos a ver, explícate, ¿cuándo será eso? Pronto. ¿Dentro de seis meses? ¿Dentro de cinco? Más pronto. ¿Dentro de tres? Más prontísimo... está al caer, al caer.