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Poniéndose en lo peor de lo probable, era cosa resuelta ya que viniera Nacho solo a conocer a su familia de España, y a dar, de paso, un vistazo a lo más importante de los Estados Unidos y de Europa. Tal era el proyecto acordado allá, y se realizaría a mediados del verano. También Nacho hablaba de ello a su primita; pero ¿en qué términos?

Habla, ¡habla por el amor de Dios! Y habló de esta manera Nieves, con mayor frescura de la que ella se había imaginado: Una vez, en Sevilla, te empeñaste en saber si me interesaba mucho o poco la venida de Nacho a vivir con nosotros aquí. Fue unos días antes de ponernos en camino. ¿Te acuerdas? que me acuerdo: adelante. Pero me lo preguntaste de un modo tan particular, que me aturdí.

Ahora, usted a volver la vida a la pobre Nieves, y yo a la botica con la buena nueva. Quisiera tener alas para llegar de un vuelo desde aquí. Aguarde usted un instante... Entérese de esa carta que tengo en el bolsillo desde ayer tarde: la que armó la tempestad. «Nacho...» ¡Hola! ¿Del sobrinito, eh?... ¡Demonio!... ¡demonio!

No tienes planes de cierta especie, ni la menor idea de imponerme tu voluntad ni tus caprichos: corriente; pero suponte ahora que yo te digo: es indispensable, absolutamente indispensable, cambiar de vida, de estado... en fin, hija, casarse, porque, de otro modo, ahorcan. Aquí tienes dos aspirantes: tu primo Nacho y Leto. Elige. Pues a Leto, eligió Nieves sin vacilar.

Cómo era aquella casa, qué habitaciones tenía, cuál de ellas sería más a propósito para Nacho y cuál para ella, para Nieves, según lo que aconsejaba el buen sentido... y también las circunstancias. Por allí dolía, según las señales que no pasaron inadvertidas para el ojo de Bermúdez. Pues ¡duro allí, canástoles, hasta que sangrara!

Corrieron tres años más, al cabo de los cuales Nacho recibió la investidura de licenciado en Derecho, y Nieves quebrantó los cerrojos de su clausura para no volver jamás a ella. Nuevo cambio de retratos entonces. El de Nachito con las hopalandas y el birrete del oficio, y el de su prima con todos los atalajes y arrequives de una mujer hecha y derecha.

Aquí tenemo jotro ablá que no sabe tanto a jigo pasao... AverNacho se enmendó algo, no en aquellos días, sino años después, cuando ya cursaba Leyes, y su prima, cendolilla de quince mayos, había ingresado en un colegio. La enmienda completa del mejicano era imposible, porque en aquel modo de escribir entraba Nacho entero y verdadero: así hablaba, así andaba y así comía.

Según iban las cosas, no envejecerían los dos sin ver realizados sus propósitos. Entre tanto, se daban buena vida, se trataban con distinguidas y honradas gentes, y el niño Ignacio, Nacho, Nachito, iba creciendo. ¡Nachito! Era una bendición de Dios por guapo, por agudo, por gracioso... ¡Qué criatura, Virgen de Guadalupe!

Pues no hay más, papá, y en eso se estaba cuando me anunciaste la venida del otro. Y ahí está el dedo malo precisamente replicó Bermúdez arañándose las palmas de las manos con las respectivas uñas . Resultó el contraste, y ¡pum!... a la cárcel Nacho. Yo no me opuse a que viniera, recuérdalo... y recuerda también lo que te prometí. ¿Qué fue lo que me prometiste? porque, a la verdad...

Pues el dicho trajo cola, y cola larga; porque aposentó en las mientes de Alejandro una idea que jamás había pasado por ellas. Nieves tenía entonces seis años cumplidos; Nacho, diez mal contados: cuando ella tuviera veinte, él tendría veinticuatro. De molde. Nieves era monísima, y llegaría a ser una arrogante moza; Nacho era guapo de verdad, y prometía ser un mozo gallardo. De perlas.