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Mientras Teresina estuvo en el despacho, el Magistral la siguió impaciente con la mirada, algo fruncido el entrecejo, como esperando que se fuera para seguir trabajando o meditando. Hasta que tuvo el café delante no recordó que él solía decir misa; que era un señor cura. ¿La tenía? ¿Había prometido decirla? No pudo resolver sus dudas. Pero la seguridad con que Teresa procedía le tranquilizó.

¿Hace Vd. el favor de decirme si es aquí donde está establecida la Limosna de la luz? preguntó y como le respondiesen afirmativamente, añadió: ¿Se ha marchado ya doña Manuela Resmilla, una señora que es vigilanta? ¿Qué deseaba Vd? Vengo a buscarla. Tenga Vd. la bondad de decirla que está aquí su hijo. ¡Ah! ¿es Vd. hermano del padre Tirso? Pase, pase Vd.

En una de sus idas al balcón, después de haber contemplado en la salita maquinalmente el retrato de Nachito, dijo a Nieves, por decirla algo: Y es guapo de verdad el primito ese. Se lo tenía dicho a Nieves en más de diez ocasiones, y en otras tantas le había contestado ella lo mismo que le contestó entonces: No está mal así. Ya luego vendrá añadió Leto por primera vez.

Sin embargo, veía delante de á doña Ana, pálida, llorosa, aterrada. El duque necesitaba decirla algo. Vaciló algún tiempo, y al fin la dijo: No soy el rey, pero soy sobre poco más ó menos lo mismo que el rey; ¿queréis servirme? dijo doña Ana ; vuestra soy en cuerpo y en alma si me salváis y me vengáis. ¡Vengaros! ¿y de quién? Del duque de Uceda.

Entra Cide Hamete, coronista desta grande historia, con estas palabras en este capítulo: ''Juro como católico cristiano...; a lo que su traductor dice que el jurar Cide Hamete como católico cristiano, siendo él moro, como sin duda lo era, no quiso decir otra cosa sino que, así como el católico cristiano cuando jura, jura, o debe jurar, verdad, y decirla en lo que dijere, así él la decía, como si jurara como cristiano católico, en lo que quería escribir de don Quijote, especialmente en decir quién era maese Pedro, y quién el mono adivino que traía admirados todos aquellos pueblos con sus adivinanzas.

Hay algo, sobre todo en el escritor y en el hombre, que lo hacen inconfundible, único: es su valentía moral. Conocer la verdad, es ya, por cierto, un mérito. Decirla sin reticencias ni eufemismos es de suyo admirable. Pero vivirla, uniendo la idea al hecho, la teoría a la práctica, la prédica a la acción es, a no dudarlo, una heroicidad.

Al decirla, por el solo hecho de decirla, mataría su alma inmortal... ¿Y qué mayor suplicio que el suplicio del No-Ser? ¡El suplicio del No-Ser! Esto me sugirió una idea estrambótica, que inmediatamente comuniqué a Nanela. ¡Esposa mía! le dije. ¿No podría ser Tucker el Fantasma del Remordimiento?

Vendrán días malos, y él me servirá... Me quedan veinte reales, de los cuales habré de dar parte a la niña, que está pereciendo, y lo demás para comer hoy, y... Tendré que decirle a la señora que su pariente no me ha dado más que el libro de cuentas, con el cual y el lápiz pondremos un puchero que será muy rico... caldo de números y substancia de imprenta... ¡qué risa!... En fin, para las mentiras que he de decirla a Doña Paca, Dios me iluminará, como siempre, y vamos tirando.

Pero en esto la llamó su madre «parleteruca sin sustancia» y se la llevó consigo fuera de allí para otras ocupaciones de urgencia, por lo cual no pude yo decirla lo que pensaba en apoyo de su dictamen, en consideración siquiera a la culpa que yo tenía de aquel trastrueque, y, sobre todo, a que se le puso a la pobre la cara como una amapola con la reprimenda, aunque lanzada en son de chanza.

Guardaron silencio unos instantes: él, dudoso del éxito de su empresa; ella, turbada, deseosa de sustraerse al influjo violento de aquel hijo que, para sojuzgarla mejor, acababa de decirla: «no soy sino sacerdote.» ¿Vamos a la botica? se atrevió por fin a preguntar la madre. Espere Vd.; no quiero que nos separemos así.