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Su nuevo corazón latía tan regularmente, que cualquiera hubiera creído que era el tic-tac del reloj que se hallaba sobre la mesa de noche... Hasta mucho después del amanecer permanecí allí, admirando la peregrina belleza de mi mujer, que se destacaba espléndidamente sobre su lecho de rosas rojas. No qué hora sería, cuando entró la doncella en la alcoba.

Nada sabría de ellos; su época fijaba la atención en otros asuntos más importantes. Y sin embargo, bajo de sus pies, en la sombra, latía una fuerza ignorada por él, que iba a transformar el mundo... Desde hace ochenta años ha venido a la tierra un nuevo dios: el dinero.

Así, pues, yo estaba sentada junto a la cama de mi víctima, esperando su muerte, que era también la mía. Aquello duró mucho. Pasaron las horas del día; Marta vivía todavía. Su pulso no latía ya desde hacía rato, su corazón parecía paralizado, pero su respiración continuaba siempre ligera y rápida.

En aquella voz reconocí la del capitán. , aquí estoy esperándoos le dije. Pues ven conmigo y no te detengas, que el viento es favorable y vamos á zarpar. Acerquéme á él, y él me asió de una mano y me llevó hasta la barca. Su mano temblaba. Luego me asió de la cintura para meterme en la barca. Sus brazos temblaban también, y su corazón latía con fuerza.

Precedido de los monaguillos, el viejo cura salió de la sacristía, y en el instante en que se arrodillaba sobre las gradas del altar: Ahora es el momento, señorita dijo Paulina, cuyo corazón latía de impaciencia. ¡Pobre viejo, qué contento se va a poner!

Su turbación crecía: el corazón le latía con sordo ruido. Se recostó en el altar. Es preciso declaró Nucha sin apartar de él sus ojos, más que vagos, extraviados ya que me ayude usted a salir de aquí. De esta casa. A.... A... salir... tartamudeó Julián, aturdido. Quiero marcharme. Llevarme a mi niña. Volverme junto a mi padre. Para conseguirlo hay que guardar secreto.

El corazón le latía fuertemente; las piernas le temblaban; cuando quiso cantar en una de las calles más céntricas, no pudo; el dolor y la vergüenza habían formado un nudo en su garganta. Arrimose a la pared de una casa, descansó algunos instantes, y repuesto un tanto, empezó a cantar la romanza de tenor del primer acto de La Favorita.

Entretanto, el soldado, a voz de contrapunto, clamaba así: Otra palabra, bella María, y de todo punto desaparece mi triste lisiadura, y otra y última intercesión, y desaparece mi ceguera. Los del baile aplaudían, muchos preguntaban, todos respondían, gritaba el soldado y saltaba y latía estruendosamente el perro.

Cómo me latía el corazón mientras lo veía reír con aquella risa fresca, con aquellos blancos dientes y con aquellos ojos francos con los que había soñado tanto en mi espantosa casa vieja. Y mi tía, mi cura, Susana, el jardín húmedo de lluvia, y el cerezo a que se había trepado, desfilaban por mi mente como sombras fugitivas.

Desde la calle del Cuervo fue a ver al conserje del teatro para preguntarle dónde habitaba otra corista llamada Carolina, muy amiga de Mariquita y que tal vez supiese su paradero. ¡Oh impremeditada determinación, qué de males trajiste! ¡Pobre viejo, que imaginando hacer una visita, cayó es un abismo! Al pisar la entrada del teatro el corazón le latía con desusada fuerza.