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Actualizado: 8 de mayo de 2025


El P. Irene, don Custodio y el P. Fernandez asentían con la cabeza. ¿Pero los indios no deben saber castellano, sabe usted? gritó el P. Camorra; no deben saber porque luego se meten á discutir con nosotros, y los indios no deben discutir sino obedecer y pagar... no deben meterse á interpretar lo que dicen las leyes ni los libros, ¡son tan sutiles y picapleitos!

El único que le pudo dar la libertad fué el P. Camorra, y el P. Camorra se había mostrado mal satisfecho con palabras de gratitud y con su franqueza ordinaria había pedido sacrificios... Desde entonces Julî evitaba encontrarse con él, pero el cura le hacía besar la mano, la cogía de la nariz, de las mejillas, le daba bromas con guiños y riendo, riendo la pellizcaba.

Concurre a los bailes llamados de candil, donde entra sin que nadie le presente, y donde su sola presencia difunde el terror: arma camorra, apaga las luces, se escurre antes de la llegada de la policía, y después de haber dado unos cuantos palos a derecha e izquierda: en las máscaras suele mover también su zipizape: en viendo una figura antipática, dice: aquel hombre me carga; se va para él, y le aplica un bofetón; de diez hombres que reciban bofetón, los nueve se quedan tranquilamente con él, pero si alguno quiere devolverle, hay desafío; la suerte decide entonces, porque el calavera es valiente: éste es el difícil de mirar: tiene un duelo hoy con uno que le miró de frente, mañana con uno que le miró de soslayo, y al día siguiente lo tendrá con otro que no le mire: éste es el que suele ir a las casas públicas con ánimo de no pagar: éste es el que talla y apunta con furor; es jugador, griego nato, y gran billarista además.

Primero se ahorcaría ó saltaría en cualquier precipicio. De todos modos estaba ya condenada por ser mala hija. La pobre Julî tuvo aun que sufrir todas las recriminaciones de sus parientes que, no sabiendo nada de lo que había podido pasar entre ella y el P. Camorra, se burlaban de sus temores. ¿Acaso el P. Camorra se iba á fijar en una campesina habiendo tantas en el pueblo?

De una habitacion contigua salían ruidos de bolas chocando unas con otras, risas, carcajadas, entre ellas la voz de Simoun seca é incisiva: el joyero jugaba al billar con Ben Zayb. De repente el P. Camorra se levantó.

Ignoraba el P. Camorra que sobre la mesita se jugaba el desenvolvimiento intelectual de los filipinos, la enseñanza del castellano, y á haberlo sabido, acaso con alegría hubiera tomado parte en el juego. Al traves del balcon abierto en todo su largo, entraba la brisa, fresca y pura, y se descubría el lago cuyas aguas murmuraban dulcemente al pié del edificio como rindiendo homenaje.

Espere usted, P. Camorra, ¡espere usted! Pase que por ahora el pueblo sea debil y no tenga tantos conocimientos, yo tambien lo creo así, pero no será mañana, ni pasado.

Por lo pronto, sólo pensó en el placer que aquello podría traerle, y no formó proyecto alguno de armar escándalo y camorra. Llegó a la Tejuca a caballo, con tres o cuatro de los que eran más amigos suyos, y se hizo presentar a Arturito del modo más correcto. Arturito le acogió con la debida cortesía. No pasó por las mientes de nadie que pudiera sobrevenir un lance entre ambos.

Cuando llegó al sitio de la ocurrencia, con gran sorpresa suya encontró que el herido no era otro que el P. Camorra, castigado por su provincial á espiar en la quinta de placer, á orillas del Pasig, sus travesuras de Tianì. Tenía una pequeña herida en la mano, una contusion en la cabeza al caerse de espaldas; los ladrones eran tres é iban armados de bolos; la cantidad robada, cincuenta pesos.

Venía una deslumbrante señorita que atraía la admiracion de toda la plaza; el P. Camorra, no cabiendo en de gozo, tomó el brazo de Ben Zayb por el de la joven. Era la Paulita Gomez, la elegante entre las elegantes que acompañaba Isagani; detrás seguía doña Victorina.

Palabra del Dia

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