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Actualizado: 8 de junio de 2025


En el día en que esto escribo aún no si, en efecto, me llevó al muelle con objeto de buscarme camorra y herirme o matarme, o todo fue resultado del manzanilla que teníamos entre pecho y espalda. La herida, aunque bastante profunda, no había interesado ningún órgano importante.

Vino una discusion en que todos, olvidándose del Capitan General, intervinieron; hablaban á la vez, gritaban, no se entendían, se contradecían; Ben Zayb las tenía con el P. Camorra y se enseñaban los puños, el uno hablaba de gansos y el otro de chupa-tintas, el P. Sibyla hablaba del Capítulo y el P. Fernandez, de la Summa de Sto.

No ganaba un cuarto; con el mundo entero armaba camorra, y todo el veneno que iba amasando en su maldecida alma, por la mala suerte, lo descargaba sobre su querida... En fin, vida más arrastrada no la había pasado ella nunca ni esperaba volverla a pasar... Con el dinero que Juanito Santa Cruz les dio, cuando estuvieron en Madrid y se murió el niñito, hubiera podido el muy bestia de Juárez arreglar su comercio; pero ¿qué hizo?

En cuanto llegué, el mayordomo, reforzado con la mayordoma, me instaron a jugar al delicioso jueguito... Loco de rabia, les contesté del peor modo... El mayordomo se irritó a su vez... Los dos gritamos desaforadamente... La mayordoma se echó a llorar y me dijo que yo no era un «gentleman»... En fin, se armó tal camorra, que tuve que echar del establecimiento ignominiosamente al matrimonio inglés.

Sólo al entrar, y cuando los cuatro se sentaron a tomar café dijo con su habitual desenfado: «Narices, ya está reunido aquí toíto el Demi-Monde». Fortunata y Feliciana no comprendieron; pero Rubín se puso encarnado y se incomodó mucho; porque aplicar tales vocablos a personas dispuestas a unirse en santo vínculo le parecía una falta de respeto, una grosería y una cochinada, señor, una cochinada... Mas se calló por no armar camorra ni quitar a la reunión sus tonos de circunspección y formalidad.

Aumentaba su buen humor la circunstancia de dar muchos codillos, pues el P. Irene y el P. Sibyla que con él jugaban, desplegaban cada uno toda su inteligencia para hacerse perder disimuladamente, con gran irritacion del P. Camorra que por haber llegado, tan solo aquella mañana no estaba al tanto de lo que se intrigaba.

Y se exponía, además, a que don Paco no quisiese aguantar la lección, prescindiese de todos los favores que le debía y le buscase camorra. Don Andrés no se arredraba ante la previsión de un duelo.

Sabían catar y hacer justicia a lo bueno... Ahora, cuando toca en Cádiz barco de ingleses, llegan en manada, con un guía al frente; prueban de todo porque se da gratis y, si compran algo, se contentan con botellas de a tres pesetas. No saben emborracharse con señorío: gritan, arman camorra y se van por la calle haciendo eses para que rían los zagales.

Ben Zayb, la única cabeza pensante, no lo sabía: él no se dedicaba á aquella industria. ¡De caracolitos, hombre, de caracolitos! contestó el P. Camorra; no se necesita ser indio para saberlo, ¡basta tener ojos! ¡Justamente, de caracolitos! repetía don Custodio gesticulando con el dedo índice; y ¿usted sabe de dónde se sacan? La cabeza pensante tampoco lo sabía.

Llevando cada cual un bocado sabroso al festín de la murmuración pasaban dulcemente las horas, amigos allí, distantes unos de otros en el comercio de la vida ordinaria. Rubín, al verse vencido, pues hasta el agente de Bolsa, que era el más libre-pensador de todos, se cayó del lado de Pedernero, buscaba camorra, empleando argumentos de mala fe y personalizando la disputa.

Palabra del Dia

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