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Actualizado: 10 de julio de 2025


Con tal de vengarse no le arredraba ya ni el delito; no le sonrojaba meditar en los medios más viles y llegar a valerse de ellos. Dos días después del cruel desengaño de Elisa, don Braulio González, al ir a sentarse en la mesa de su despacho en el Ministerio, vió sobre el pupitre una carta que le iba dirigida.

Si bien no le arredraba ningún peligro; si bien no le dolía tener que aventurar la piel, temía siempre dar un golpe en vago, hacer alguna cosa que pudiera ponerle en situación desairada y ridícula. De esto tenía más miedo, no ya que de una espada desnuda, sino que de quince ametralladoras que fuesen a dispararse contra él. Dada esta su natural condición, las dificultades no eran pequeñas.

Al subir la cuesta de San Hilario, sus ojos se fijaban en el mar, sereno y franjeado de tintas de ópalo, mientras pensaba en que iba a ganar bastante desde el primer día, en que casi no tendría aprendizaje, porque al fin los puros la conocían, su madre le había enseñado a envolverlos, poseía los heredados chismes del oficio, y no le arredraba la tarea.

Cualquier favor, por consiguiente, que a él hiciera Juanita sería una infidelidad de esta, y para don Paco un agravio, que probablemente no se resignaría a sufrir y del que resolvería tomar venganza. A pesar de tales inconvenientes, don Andrés no se arredraba. Se sentía picado de que a él, omnipotente en Villalegre, se le desdeñase de aquel modo. El mismo desdén estimulaba más su deseo.

Viéndose cogida, Benina vacilé un instante; mas no era mujer que se arredraba ante ningún peligro, y su maestría para el embuste le sugirió pronto el hábil quite: «Pues, señora, dejé la cesta, con lo que traje, en casa de la señorita Obdulia, que lo necesita más que nosotras. Has hecho bien. Te alabo la idea, Nina. Cuéntame más. ¿Y un buen solomillo, no pusiste? ¡Anda, anda!

Nada le arredraba, ni el despego de María, ni la inmovilidad de Stein; porque el amor es perseverante como una hermana de la caridad y arrojado como un héroe; y el amor era el gran móvil de todo lo que hacía aquella buenísima mujer.

Habia entonces en Sevilla un valí orgulloso y fiero que no reconocia otra autoridad que la de Dios y su Profeta, que no se arredraba ante ninguno de sus enemigos, que como los reyes escandinavos gustaba de beber en el cráneo de los que habia vencido en el campo de batalla.

En cambio, el fracaso no era únicamente la pérdida de la dicha, sino el descrédito a los ojos de Juan. ¡Adiós esperanza, amor..., todo! No se arredraba pensando en la vuelta al estanco y la pobreza; pero Juan, Juan... ¿Por qué se le habría metido aquel hombre tan adentro del alma? De todos modos, era imposible prolongar mucho la situación. Y, sin embargo, faltaba el último cartucho por quemar.

No le arredraba el miedo de ser vencido, porque su amor y su misión le darían seguramente coraje; pero convenía proceder con tacto y diplomacia, pensar bien lo que iba a decir para no ofender a su tía, y, si era posible, ponerla de su parte en aquel tremendo pleito.

Y se exponía, además, a que don Paco no quisiese aguantar la lección, prescindiese de todos los favores que le debía y le buscase camorra. Don Andrés no se arredraba ante la previsión de un duelo.

Palabra del Dia

godella

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