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Puñales, ¡tambien es contentarse! exclamó el P. Camorra; en el vapor por poco nos pegamos de cachetes: porque es bastante insolente, ¡le un empujon y me contestó con otro! Hay ademas un tal Macaragui ó Macarai... Macarai, repuso el P. Irene terciando á su vez; un chico muy amable y simpático.

Podía volver su padre, Basilio presentarse; ella encontraría un talego de oro en la huerta, los tulisanes le enviarían el talego, el cura, el P. Camorra que siempre la embromaba, podía venir con los tulisanes... sus ideas fueron cada vez más confusas y más desordenadas hasta que por fin rendida por la fatiga y el dolor se durmió soñando en su infancia en el fondo del bosque: ella se bañaba en el torrente en compañía de sus dos hermanos, había pececillos de todos colores que se dejaban coger como bobos y ella se impacientaba porque no encontraba gusto en coger unos pececillos tan tontos: Basilio estaba debajo del agua, pero Basilio sin saber ella el porqué, tenía la cara de su hermano Tanò.

¿Qué se dispone acerca de las armas de salon? preguntó el secretario aprovechando la pausa. Simoun asomó la cabeza. ¿Quiere usted ocupar el puesto del P. Camorra, señor Simbad? preguntó el P. Irene; usted pondrá brillantes en lugar de fichas. No tengo ningun inconveniente, contestó Simoun acercándose y sacudiendo la tiza que manchaba sus manos; y ustedes, ¿qué ponen?