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El Tato, siguiendo el coro por su parte exterior, condujo a Gabriel al testero, enfrente de la puerta del Perdón. Bajo el medallón grandioso que sirve de respaldo al Monte Tabor, obra de Berruguete, se abre la capillita de la Virgen de la Estrella. Fíjese usted en esa imagen, tío. ¿Hay una igual en todo el mundo? Es una gachí, una chavala que volvería locos a los hombres si parpadease.

Junto á la cabecera de la cama, sobre un libro de oraciones olvidado por su esposa, vió un medallón con otra fotografía. Esta no era de la casa. El conde, que había seguido la dirección de sus ojos, quiso mostrársela. Temblaron las manos del guerrero... Su altivez desdeñosa é irónica desapareció de golpe.

Otro relieve de mármol antiguo de más de tres cuartas de alto y cerca de media vara de ancho que representa la Diosa Salus ó Higea dando de comer á la culebra enroscada en el tronco de un árbol, maltratado. Otros dos relieves de marmol antiguos partidos en varios pedazos. Un medallón de marmol con la cabeza de Nerón de cerca de media vara de alto y una tercia de ancho.

Rafael contemplaba un medallón con el retrato venerable de don Pedro del Brasil; el emperador artista que saludaba a la cantante en una dedicatoria trazada con brillantes; planchas de oro y pedrería, recuerdo de entusiastas que tal vez comenzaron por desear la mujer y se resignaron admirando la artista; pintarrajeados diplomas de sociedades dándola las gracias por su concurso de funciones benéficas; un abanico de la reina Victoria con la fecha de un concierto en el palacio Windsor; una pulsera regia de Isabel II, como recuerdo de varias veladas en París en el palacio Castilla, y un sinnúmero de costosas chucherías, de caprichos riquísimos, presentes de príncipes, grandes duques y presidentes de repúblicas americanas.

El medallón principal ofrecía esmaltada, sobre un fondo de ese azul especial de la pasta tierna, la cara ancha, bonachona y tristota de Luis XVI; en torno, un círculo de medallones más chicos, presentaba las gentiles cabezas de las damas de la corte del rey guillotinado; unas empolvado el pelo, con grandes cestos de flores rematando el edificio colosal del peinado, otras con negras capuchas de encaje anudadas bajo la barbilla; todas impúdicamente descotadas, todas risueñas y compuestas, con fresquísima tez y labios de carmín.

Véala, señor... Estos son mis hijos. Sacó del pecho un medallón de plata con adornos de arte de Munich, y tocando un resorte lo hizo abrirse en redondeles, como las hojas de un libro, dejando ver los rostros de toda la familia: la Frau Kommandeur, de una belleza austera y rígida, imitando el gesto y el peinado de la emperatriz; luego las hijas, las Fraulin Kommandeur, vestidas de blanco, los ojos en alto como si cantasen una romanza; y al final los niños, con uniformes de escuelas del ejército ó de instituciones particulares. ¡Y pensar que podía perder á estos seres queridos con sólo que un pedazo de hierro le tocase!... ¡Y había de vivir lejos de ellos ahora que era la buena estación, la época de los paseos en el campo!...

¡Dios mío, qué cara has puesto!... Espera; para que sufras más voy a mostrarte tu sustituto. Y, quitando el medallón del cuello, se lo presentó. Tenía la efigie de Jesús coronado de espinas. Ricardo sonrió entre satisfecho y molesto. Ahora, bésalo. El joven obedeció al punto posando los labios sobre la imagen del Señor y un poco también sobre los dedos rosados que la apretaban.

¡Ah, entonces!... los franceses son rubios. ¿Y calva, por supuesto? No, hombre, no: si no tiene usted más que cincuenta años. Es que todas mis pelucas tienen calva. Entonces saque usted lo que usted quiera. Yo necesito un retrato, ¿qué saco? dice otro. No, un medallón: cualquier cosa: desde fuera no se ve.

Doña Luz sacó de su propio seno el medallón de que hablaba. Desde entonces llevo el medallón en mi seno, como memoria de mi padre. Los dos criados antiguos que conservo son listos ambos; pero ambos entraron en casa con mucha posterioridad a mi nacimiento, y de fijo no saben nada. Juana vino a servirme cuando tenía yo diez años. Tres años después entró Tomás de ayuda de cámara de mi padre.

A Bermúdez le parece un absurdo; Ronzal dice que es «un anacronismo»; pero a pesar de estas y otras murmuraciones, conserva en el medallón a Balmes y no da explicaciones el jefe del partido conservador de Vetusta. A la Marquesa le parece esta una de las tonterías menos cargantes de su marido.