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Ha poco le disteis el medallón de los rubíes, luego vuestra daga de oro y un talabarte bordado, ¡y a nada, nada!, y me dejáis andar por la ciudad pobre y andrajoso como un villanejo. Para un hermano el festín, para el otro el hueso y la asadura. ¿No nos parió ¡voto a Cristo! el mesmo vientre?

Gloria de los Reyes Católicos es aquella página de piedra, y así lo pregonan los bustos de Fernando y de Isabel que ocupan un gran medallón sobre la puerta principal; así lo confirma el venerable escudo de sus armas, y así lo reza terminantemente una leyenda ó rótulo, que dice en griego: «Los Reyes á la Universidad, y la Universidad á los Reyes

Contó los centenes de oro uno por uno; tocó las dos onzas, el reloj viejo que había sido de su padre, una cadena y medallón antiquísimos... Como no faltaba nada, no había peligro mientras no fuese alzado el doble fondo... Rosalía sintió impulsos de gritar «¡que se quema la casa!», u otra barbaridad semejante; pero no se atrevió porque estaba presente Paquito.

¿Habría otro retrato en el cofrecillo? sería aquel otro el que besaba Amparo. Revolví, busqué y encontré otro retrato. Pero era un retrato de mujer, y tenía el marco negro. Yo estaba seguro de que el retrato que besaba Amparo estaba contenido en un medallón dorado. Aquel retrato era el mío.

Y por último, en el techo, en la vertical del centro de mesa, en un medallón, el retrato de don Jaime Balmes, sin que se sepa por qué ni para qué. ¿Qué hace allí el filósofo catalán? El Marqués no ha querido explicarlo a nadie.

Encima del Escudo hay un Medallón con un busto de San Jerónimo en alto relieve.

Después vi en sus manos un medallón que sacó también del cofrecito, parecía un retrato. Amparo le estrechó contra sus labios, le separó de ellos, le miró de una manera ansiosa, y exclamó: ¡Oh Dios mío, Dios mío! ¡tened compasión de ! Se puso a escribir lentamente. Con mucha frecuencia se abstraía y pasaba sin escribir un largo intervalo. Luego volvía a escribir.

El mostrador era ancho, estaba colocado sobre un escalón, y en su fachada tenía un medallón donde las iniciales del amo se entrelazaban en confuso jeroglífico. Detrás de este catafalco asomaba la imperturbable imagen del cafetero, y á un lado y otro de éste, dos estantes donde se encerraban hasta cuatro docenas de botellas.

La veía encerrada en un medallón de seda, vestido interior impuesto por la estrechez de los trajes de moda, con cierto aire masculino y gracioso de doncel medieval, agitando sus crenchas cortas de gruesos bucles negros, su pelo verdadero, libre de los postizos del peinado, que esperaban sobre el mármol de la chimenea el momento del acople.

Raquel, agachada bajo los golpes de Adriana, abría un medallón que llevaba al cuello con el retrato de su padre y exclamaba sollozando: "Para que papá vea lo que haces". Después, sobrecogida, se echaba a correr, seguida de Adriana y cubriéndose la cabeza con las manecitas abiertas. Pero Adriana ya no corría para pegarle, sino enloquecida de súbita piedad.