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Por mejor decir, me hizo feliz; me abrió los ojos. ¿Es posible? Esa es la sociedad: era mi amigo íntimo. Desde entonces no tengo más amigos íntimos que estos pesos que traigo en el bolsillo: son los únicos que no venden: al revés, compran. ¿Y tampoco has tenido más amores? ¡Oh! eso : de eso he tardado más en desengañarme.

¡Ah, no recordaba! Cierto, cierto... mañana San Roque... ¿De modo que hoy no podemos echarla? Aguardando toda la tarde. , ... lo creo... No me fué posible. Tuve que hacer una visita á mi primo César manifestó D. Félix poniéndose de nuevo sombrío. Si usted quiere... Aquí traigo baraja gruñó don Prisco llevando la mano con vacilación á las alforjas.

...Ahí traigo un montón de cartas... Pues cuando llegamos al «Paso», a eso de las diez, en la esperanza de almorzar algo y esperar la caída del sol, salió a recibirnos Anastasio con su facha patibularia.

Por Dios, ten mucho cuidado; no tengamos aquí otra como la del año pasado, que empalmaste cuatro catarros y por poco pierdes el curso. No olvides de liarte un pañuelo de seda en la cabeza, de noche, cuando te acuestes; y yo que empezaría a tomar el agua de brea... No hagas ascos. Es bueno curarse en salud. Por o por no, mañana te traigo las pastillas de Tolú».

Mi entrada ha sido singular; pero no soy un ladrón ni un asesino. Vengo como amigo: traigo paz y amistad. No tenga usted miedo, Clara. Vengo como amigo. Ya nos conocemos de un solo día, cuando vine aquí sosteniendo á ese pobre señor. ¡Oh! y ahora puede venir dijo Clara alarmada. Márchese usted, por Dios. Yo no le conozco, ni me importa todo eso que me ha dicho. Si él llega....

¿Qué ha tomado? ¿El poquito de cocido que le aparté anoche? Hija, no pude pasarlo. Aquí me tienes con media onza de chocolate crudo. Vamos, vamos allá. Lo peor es que hay que encender lumbre. Pero pronto despacho... ¡Ah! también le traigo las medicinas. Eso lo primero. ¿Hiciste todo lo que te mandé? preguntó la señora, en marcha las dos hacia la cocina . ¿Empeñaste mis dos enaguas? ¿Cómo no?

¡Qué lástima, Isidorito, que usted no hubiese estudiado para médico! ¡No por qué se me figura que habría de tener usted mucho ojo para las enfermedades! El joven se ruborizó de placer. Doña Gertrudis, me honra usted demasiado; no tengo otro mérito que el de fijarme bien en lo que traigo entre manos, lo cual me parece de absoluta necesidad en cualquier carrera a que uno se consagre.

«¿Será por eso por lo que no quiere entrar? se preguntó mirándola de espaldas . ¡Qué remilgos estos! Cuando digo que me cargan a estas perfecciones... ¡Qué monas nos hizo Dios! Pues lo que es yo, entro». Severiana se acercó a la cama, llevando de la mano a la chiquilla. «Mira, mira lo que te traigo... ¿Cuál visita te gusta más? ¿Esta o la que estuvo antes?».

Esperó a que se secara el sobre. Salió a la calle. Vió en la calle un sargento y, después de saludarle, le preguntó: ¿Dónde se podrá ver al general? ¡A qué general! Al general en jefe. Traigo unas cartas para él. Estará probablemente paseando en la plaza. Venga usted. Fueron a la plaza. En los arcos, a la luz de unos faroles tristes de petróleo, paseaban algunos jefes carlistas.

Pues sepa usted que aquí traigo en la cabeza un proyecto grandioso, y tal que si algún día llega a ser realidad, no volverán a ocurrir desastres como éste del 21.