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Actualizado: 20 de mayo de 2025
-Pues venid, doncella -dijo el paje-, y mostradme a vuestra madre, porque le traigo una carta y un presente del tal vuestro padre. -Eso haré yo de muy buena gana, señor mío -respondió la moza, que mostraba ser de edad de catorce años, poco más a menos.
327 Y emprésteme su atención; me oirá relatar las penas de que traigo la alma llena; porque en toda circustancia, paga el gaucho su inorancia con la sangre de sus venas. 328 Después de aquella desgracia me refugié en los pajales; anduve entre los cardales como bicho sin guarida; pero, amigo, es esa vida como vida de animales.
El soldado dijo: "No, sino juguemos hasta cien reales que yo traigo, en amistad." Yo, codicioso, dije que jugaría otros tantos; y el ermitaño, por no hacer mal servicio, aceptó, y dijo que allí llevaba el aceite de la lámpara, que eran hasta docientos reales. Yo confieso que pensé ser su lechuza, y bebérselo; pero así le sucedan todos sus intentos al turco.
Y este Juan dijo Magdalena con su risa de antes y saliendo del todo a la claridad del fuego, este Juan, señores, les maravillaría de ver cuánto sabe; a veces, le leo todas aquellas cosas de la pared, y a menudo le traigo flores y las contempla con tanta naturalidad como si leyera algo en su interior. ¡Bendito sea Dios! dijo Magdalena con su franca risa, todo aquel lado de la casa le he leído este invierno. ¡Si supiesen lo que le entusiasma a Juan la lectura!
-Gracias sean dadas a Dios -replicó ella-, que tanto bien me ha hecho; pero contadme agora, amigo: ¿qué bien habéis sacado de vuestras escuderías?, ¿qué saboyana me traes a mí?, ¿qué zapaticos a vuestros hijos? -No traigo nada deso -dijo Sancho-, mujer mía, aunque traigo otras cosas de más momento y consideración.
Silbe usted también ordené a Sarto, para llamar a nuestra gente y entretanto icemos el cuerpo que ahí traigo. No hablemos ahora. Llegaron nuestros hombres y apenas tuvimos el cadáver de Máximo en tierra, vimos a tres jinetes que saliendo del otro lado del castillo, se dirigían hacia nosotros, aunque no podían vernos todavía, porque estábamos a pie.
Al día siguiente del lastimoso lance ocurrido cerca de Cuatro Caminos, no estaba Maxi más excitado y rencoroso que aquella noche lo estuvo. En el tiempo transcurrido desde la noche aciaga de Noviembre, no había visto a su ofensor sino muy contadas veces, y siempre de lejos; nunca le había tenido así, tan a tiro... «¡Ay!, ¿por qué no traigo un revólver?... Ahora mismo le dejaba seco.
Y la luna, ¿no es verdad? exclamó el duque con impaciencia . Le creía a usted, doctor, hombre de más talento y de más vista. ¡Coche! ¡casa! ¡buena alimentación! ¡Vaya usted a buscarme todo eso y se lo daré! El doctor respondió sin inmutarse: Ya se lo traigo a usted, señor duque, y no tiene usted más que tomarlo. Los ojos del duque brillaron como los de un gato en la obscuridad.
Las cestas se abrieron y Celipín oyó estas palabras: Celipín, esta noche sí que te traigo un buen regalo; mira. Celipín no podía distinguir nada; pero alargando su mano tomó de la de María dos duros como dos soles, de cuya autenticidad se cercioró por el tacto, ya que por la vista difícilmente podía hacerlo, quedándose pasmado y mudo.
2 Y los soldados entretejieron de espinas una corona, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron de una ropa de grana; Y le daban de bofetadas. 4 Entonces Pilato salió otra vez fuera, y les dijo: He aquí, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún crimen hallo en él. 5 Así salió Jesús fuera, llevando la corona de espinas y la ropa de grana. Y les dice Pilato: He aquí el hombre.
Palabra del Dia
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