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No hagays thešoros en la tierra, donde la polilla y el orin corrompe: y donde ladrones minan, y hurtan. Mas hazeos thešoros en el cielo, donde ni polilla ni orin corrompe: y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde eštuviere vueštro thešoro, alli eštará vueštro coraçon. El candil del cuerpo es el ojo: anšique ši tu ojo fuere šincero, todo tu cuerpo šerá luminošo.

Pero el bendito de su padre no pegó el ojo en toda la santa noche. ¡Lo que él se revolvió en aquella cama buscando posturas para ahuyentar las quimeras que le desvelaban! ¡Los espacios que él recorrió con la imaginación en tantas, tan largas y tan calladas horas! En ocasiones, hasta se dolía de haber permitido tomar tan altos vuelos a «la loca de su casa».

¡La Villasis! ¡La Villasis! susurró en aquel momento Butrón con aire de triunfo; y pegó al punto el ojo al agujero, para no perder ningún incidente de la escena que iba a seguirse.

No cómo te puede gustar eso. ¿No te mareas?». Mauricia se reía; y cerrando fuertemente un ojo porque el humo se le había metido en él, miró a la monja con el otro, y alargándole el cigarro, le dijo: «Pruebe, señora». ¡Cosa inaudita!

Pero Gillespie no sentía en este momento ningún interés por su primitivo traductor. Lo que le preocupaba era enterarse de la verdadera personalidad del hombrecillo que tenía ante él. Como si adivinase sus deseos, apartó el joven los velos que le cubrían el rostro, y Gillespie se llevó inmediatamente á un ojo la lente regalada por Flimnap.

7 Y dijeron: No verá JAH; y No lo tendrá en cuenta el Dios de Jacob. 8 Entended, necios del pueblo; y locos, ¿cuándo seréis sabios? 9 El que plantó el oído, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá? 11 El SE

Don Carlos tenía también el Cantar de los cantares, en la versión poética de San Juan de la Cruz. Estaba entre los libros prohibidos para Anita. A no me la dan decía don Carlos guiñando un ojo ; esta amada podrá ser la Iglesia, pero... yo no me fío... no me fío....

En todo aquello había mucha más canela de la que se había él figurado, y cabía más de otro tanto si se quería suponer. En aquella cabecita graciosa se reflejaban pensamientos de cierta especie, y en aquel cuerpo saleroso, latidos... ¡y vaya usted a saber! Pero, señor, ¿en dónde había tenido el ojo bueno hasta entonces?

Despechado Memnon se va á palacio con un parche en el ojo y un memorial en la mano, pidiendo justicia al rey del fallido; y encuentra en una sala á muchas damas, todas como peonzas al reves, con elegantes tontillos de veinte piés de circunferencia, y batas de treinta de cola. Una que le conocia algo, dixo mirándole al soslayo: ¡Jesus, qué horror!

¿La has visto? ¿A quién? balbució el teniente Baltasar, que fingía considerar con suma atención la punta de sus botas, por no encontrarse con la ojeada investigadora de Josefina. ¿A la chiquilla del barquillero... a la cigarrera? ¿Cuál? ¿Era esa que pasaba? contestó al fin aceptando la situación. , hombre, ésa.... ¿Qué tal? ¿Tengo buen ojo?