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Doña Lupe, que se pintaba sola para estas cosas, recorría diariamente las almonedas anunciadas en La Correspondencia, adquiriendo gangas y más gangas. La cama de matrimonio fue lo único que se tomó en el almacén; pero doña Lupe la sacó tan arreglada, que era como de lance. Y no sólo tenían ya casa y muebles, sino también criada.

El principal, que se estaba disponiendo para hacer el acostumbrado viaje a París, la incitaba a comprar algo, y ella caía en la tentación, unas veces porque se le presentaban verdaderas gangas, otras porque el género le entraba por el ojo derecho, encendiendo todos los fuegos de su pasión trapística, y no podía menos de satisfacer, so pena de padecer mucho, el deseo de adquirirlo. ¡Oh!

Mujer joven, no mal laminada, rica y autorizada para dar pronto reemplazó al difunto decían los moqueguanosqué gangas de testamento! Y el dicho pasó a refrán. Y el virrey encontró otras tres rondas, y los capitanes le dieron las buenas noches, y le preguntaron si quería ser acompañado, y se derritieron en cortesías, y le dejaron libre el paso.

¿Cuánto vale? Ya sabe Vd., señor Juan, que los cuadros están muy 85 baratos. Pues bien, dándolo barato. Hombre, si le dan a Vd. cuarenta reales, no será Vd. mal pagado. ¿Dice Vd. cuarenta o cuarenta mil? 90 Cuarenta, señor Juan, cuarenta, y es mucho. ¡Ah! ¡me he perdido! ¡ladrones! ¡infames ladrones! Después de esto ¿quién quiere comprar gangas? EL M

¡Vamos, que les digo á ustedes, que entre las muchas gangas que posee un marido, jamás pudimos creer podría llegar á tener la de ponerse á parir. El pobre cabezang Pedro como dejamos dicho murió, no de una ilusoria creencia sino de una real y efectiva fiebre palúdica.

Como que había de hacer unos ferrocarriles que irían de aquí á Pekín en cinco minutos, y globos para navegar por los aires, y barcos para andar por debajito del agua, y otras cosas nunca vistas ni siquiera soñadas. ¡Y el planeta se iba á perder estas gangas por una estúpida sentencia de los que dan y quitan la vida!... Nada, nada, envidia pura, envidia.

Y cuando me veía yo obligada a vender mis muebles, ellos me compraban, por un pedazo de pan, la sillería dorada de la sala y los cortinones de seda... Estaban al acecho de las gangas, y al verme perdida, amenazada de un embargo, claro... se presentaban como salvadores... ¿Qué me dieron por el San Nicolás de Tolentino, de escuela sevillana, que era la joya de la casa de mi esposo, un cuadro que él estimaba más que su propia vida? ¿Qué me dieron? ¡Veinticuatro duros, Benina de mi alma, veinticuatro duros!

A poco andar tropezó con una ronda; mas reconociéndolo el capitán lo dejó seguir tranquilamente, murmurando: ¡Vamos, ya pareció aquello! También su excelencia anda en galanteo, y por eso no quiere que los demás tengan un arreglillo y se diviertan. Está visto que el oficio de virrey tiene más gangas que el testamento del moqueguano. Esta frase pide a gritos explicación.

Escribíanle con frecuencia sus amigos de la ciudad y los electores del distrito, pidiéndole no sólo lo que ya hemos visto que él les conseguía sin dificultad en los Ministerios, sino otra multitud de gangas en forma de privilegios o de mejoras materiales, que no podían otorgarse sin el parecer de las Cortes.

¿Qué tiene usted que pedirle a ese birlocho y a esa jaca sobre todo? me dijo echándome a la cara una interjección expresiva y una bocanada de humo de un maldito cigarro de dos cuartos. Después de semejante entrada nada quedaba que hablar. Veale usted despacio le contesté, sin embargo. Pues no hay otro siguió diciendo; y volviéndome la espalda: ¡A París por gangas! añadió.