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En fin, no es cosa de que nos pongamos a reñir por quién peca menos... ¿le parece a usted? dijo la fundadora, uniendo la cortesía a la modestia, y permitiéndose el característico guiñar de ojos, un tanto picaresco . Mi lema es este: «haga cada uno lo que pueda y lo que sepa, y Dios verá». Eso mismo pienso yo... Conque, usted me dispensará... tengo mucho que hacer. Hasta mañana; no faltar...

Todos la conocían en Torresalinas, y no hablaban de ella sin sonreír y guiñar un ojo, como si les recordase algo que excitaba malicioso regocijo. Una mañana, a la sombra de la barca abandonada, cuando el mar hervía bajo el sol y parecía un cielo de noche de verano, azul y espolvoreado de puntos de luz, un viejo pescador me contó la historia.

Desde este momento su fisonomía se contrae duramente y toma la expresión siniestra y terrible de los piratas: sus movimientos son torpes y pesados como los de un lobo de mar. Cuando pasan cerca de la costa y ven una niñera más o menos gentil que les contempla absorta y admirada, se suelen guiñar el ojo con cierta malicia ruda, exclamando con voz ronca: «¡Ohé, muchachos, una fragata a barlovento

Pero Argensola poseía el medio de vencer á este personaje huraño. Le bastaba guiñar un ojo con expresiva invitación. «¿Vamos?» Y se instalaban los dos en un diván de Desnoyers ó en la cocina del estudio, frente á una botella procedente de la avenida Víctor Hugo. Los vinos preciosos de don Marcelo enternecían al ruso, haciéndolo más comunicativo.

¿Quién sabe continuó el rebelde si en esas estrellas, que parecen guiñar sus ojos en lo alto, hay algo a estas horas de la luz de esos otros ojos que tanto amabas, Alcaparrón?... Pero la mirada del gitano delató un asombro, que tenía algo de compasivo, como si creyese loco a Salvatierra. Te asusta la grandeza del mundo, comparada con la pequeñez de tu pobre muerta, y retrocedes.

Todos la conocían en Torresalinas y no hablaban de ella sin sonreir y guiñar un ojo, como si les recordase algo que excitaba malicioso regocijo. Una mañana, á la sombra de la barca abandonada, cuando el mar hervía bajo el sol y parecía un cielo de noche de verano, azul y espolvoreado de puntos de luz, un viejo pescador me contó la historia.

Llamábanla la marquesa de Paroliñac; su hija, muchacha de quince años, era uno de los apúntes, y con un guiñar de ojos advertía á su madre las picardigüelas de los pobres apuntes que procuraban enmendar los rigores de la mala suerte. Entráron el abate, Candido y Martin, y nadie se levantó á darles las buenas noches, ni los saludó, ni los miró siquiera; tan ocupados todos estaban en sus naypes.

El pobre diablo acababa de llegar de Terranova y a fin de mes partía para los mares de la China, donde había de permanecer cinco años, y encontraba muy natural abrazar a su mujer, entre dos viajes. La librea de sus criados le hizo guiñar los ojos, y los esplendores de su mobiliario le acabaron de deslumbrar.