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Ante aquella mujer, buena y sin ventura, el alma se sentía invadida de tedio y desesperanza, porque aún engendra más escepticismo la desdicha del justo, que la prosperidad del malo. Tenía dos hijos: Marcelo y Luciano, de tan opuesta inclinación, que nunca pudieron vivir en paz.

Mis alambicados pensamientos y el ensueño ideal que repentinamente, tarde y fuera de sazón, movían y embriagaban mi alma, la llenaban de desesperanza y de anhelo de muerte, aunque yo seguía hallando hermoso el mundo, y rico en encantos, en curiosos misterios y en amena variedad de casos el espléndido tejido de la vida humana.

Hasta entonces, unas veces los viajes, otras la soledad y el apartamiento del mundo, la premeditada alternativa de las distracciones y del hogar, habían mantenido a Helena en esa desesperanza tranquila y resignada con que piensan en la felicidad por el amor los que desconfían de ella. Comprendía que no era hermosa y que era demasiado rica.

El Vizconde tuvo el buen gusto de acomodarse a las circunstancias e hizo bien el papel de confidente y amigo. Así el coloquio duró aún más de una hora. Rafaela volvió a hablar de su pena, de su aspiración no cumplida de amor verdadero y de la desesperanza que de este amor tenía, celebrando y llorando a la vez por ello la partida de Juan Maury.

Hasta ese momento cada cual había tomado sobre la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias que habían nacido de ellos, echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores. Iniciáronse con el cambio de pronombres: tus hijos.

Yo mismo, que después de haber creído, había caído nuevamente en la duda, vuelvo finalmente a la fe que ella me inspiró. Es cierto; y usted tuvo razón al maravillarse un día de mi aversión hacia él. Nuestras naturalezas eran diversas, pero ambos estábamos de acuerdo en la desesperanza de la vida. Ambos veíamos en el mundo un mecanismo inconsciente, un vago fuego de fuerzas ciegas y desbordantes.

¡Perdón! ¡Perdón! imploraba Angustias, en el candor de su alma intachable . Soy muy mala, pero a nadie he querido sino a ti. El amor me ha perdido, la desesperanza de amor. Ya te contaré y me perdonarás. Don Guillen, lívido, rígido, balbuciente, pidió: ¡Levanta, hermana! Angustias obedeció como una criatura pasiva. Entonces, don Guillen se arrodilló ante ella. estás limpia.

Todos ellos se habían despedido ya de sus padres, de sus mujeres, de sus hijos, que desde tierra les dirigían, entre lágrimas, palabras de cariño y desesperanza. Entretanto, algunos otros, tan desdichados como ellos, se deshacían á duras penas de los lazos con que el parentesco y la amistad querían conservarlos algunos momentos más en tierra.

¡Oh, señor, ve que es cosa de gran desesperanza salir por esos campos empuñando la lanza, A desfacer entuertos en sin igual empresa! ¡Luchar con la quimera hasta rendir los brazos, Y azotarse las carnes hasta hacerlas pedazos, Por romper el encanto que aduerme a una princesa! Pero todos lo hacemos.

La transitoria predominancia de esa función de utilidad que ha absorbido a la vida agitada y febril de estos cien años sus más potentes energías, explica, sin embargo ya que no las justifique , muchas nostalgias dolorosas, muchos descontentos y agravios de la inteligencia, que se traducen, bien por una melancólica y exaltada idealización de lo pasado, bien por una desesperanza cruel del porvenir.