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El había pecado, lo reconocía e imploraba su perdón; había purgado su falta con ocho años monótonos, abrumadores como una noche sofocante y sin fin: pero ya que volvían a encontrarse, aún era tiempo, Leonora, aún podía hacer retoñar la primavera de su vida, obligar al amor a que volviese sobre sus pasos, a que pasase de nuevo, tendiéndoles sus dulces manos.

Siento aún su mano bajo mis labios; siento sus lágrimas en mis ojos, en mi corazón. ¡La amo!... mañana si es preciso tomaré una resolución... ¡Hasta entonces, por Dios, déjeseme en reposo! ¡Hace tanto tiempo que no hago uso de la dicha! ¡Es probable que muera de este amor: pero al menos quiero vivir en paz un día entero! 26 de agosto. Este día, único que imploraba, no me ha sido concedido.

El estado del pobre niño inspiraría compasión a una fiera. Pálido el rostro como la cera y descompuesto, los ojos extraviados por el terror, los labios amoratados, las manos trémulas, todo su cuerpecito agitado por un intenso temblor, parecía realmente que iba a exhalar el último suspiro. Ya no hablaba, ya no imploraba como antes.

»Pues tampoco labró toda esta triste y larga plegaria en el corazón de aquella mujer. Según ella, la justicia divina, cuando se dejaba sentir, hería en lo más sensible. Por eso me había herido a mi donde tanto me dolía. Sería cierto; pero ni aun así creía yo faltar a ninguna ley divina ni humana implorando lo que imploraba al precio de sufrir yo sola todas las amarguras decretadas para las dos.

Lucía, anonadada, casi de hinojos, cruzadas las manos, imploraba: Artegui, alzado el brazo, erguido el cuerpo, mirando con doloroso reto a la bóveda celeste, pareciera un personaje dramático, un rebelde Titán, a no vestir el traje llano y prosaico de nuestros días.

¡Perdón! ¡Perdón! imploraba Angustias, en el candor de su alma intachable . Soy muy mala, pero a nadie he querido sino a ti. El amor me ha perdido, la desesperanza de amor. Ya te contaré y me perdonarás. Don Guillen, lívido, rígido, balbuciente, pidió: ¡Levanta, hermana! Angustias obedeció como una criatura pasiva. Entonces, don Guillen se arrodilló ante ella. estás limpia.

Y sin embargo, por una contradicción de su carácter, sentía a la vez gran miedo pensando en lo que podría decir cuando llegase a Buenos Aires. Aún estaban a tiempo. Ella imploraba la conformidad de Fernando poniendo unos ojos suplicantes. Pero Ojeda acogió tales proposiciones con una sonrisa de conmiseración. Era una loca: inútil todo esfuerzo para disuadirla.

Mira, chico, la quiero como si fuese mi madre... Y eso que yo no he conocido a mi madre. Esta mañana, doña Zobeida saludó a Isidro con sonrisa tímida y miradas suplicantes. No se atrevía a formular un pensamiento que la había empujado hacia él, y anticipadamente imploraba perdón con sus ojos.

Si de vuelta de correr la sardina salía alcanzada la mujer del Tuerto en la cuenta que éste le tomaba rigorosamente, en el balcón se oía la primera guantada de las que administraba el desdichado marido á su costilla; desde el balcón llamaba á su padre, á su madre y á Tremontorio; desde el balcón les contaba lo sucedido, y renegaba furibundo de su mujer; desde el balcón imploraba el auxilio de Dios..., y de balcón á balcón se enredaba un diálogo animadísimo que entretenía, por espacio de media hora, á las gentes de la calle.

Pero, el joven se había echado ya a sus pies e imploraba su compasión; , era cierto, era cierto que él falsificara la firma de Esteven, para obtener del prestamista el dinero que necesitaba, pero lo hizo ciego, sin saber lo que hacía, ni a lo que se exponía, pensando, en su fiebre de fortuna improvisada, que, llegado el vencimiento, podría retirar fácilmente el pagaré, las manos llenas de oro, como había de tenerlas; nadie se lo aconsejó, sino su mala cabeza.