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Y convulsivamente cerró los dedos centrales de su mano, avanzando el índice y el meñique en forma de cuernos, para conjurar la mala suerte. Quiso seguir, pero todas las láminas representaban horrorosos reptiles, y acabó por cerrar el libro con manos trémulas y devolverlo al armario, murmurando: «¡Lagarto! ¡lagartopara desvanecer la impresión de este mal encuentro.

Pensar esta bobada y clavar Nieves los ojos en el cartapacio que él llevaba entre manos, y hasta preguntarle enseguida con ellos si las traía, fue todo uno. El mozo se halló con aquel tiro tan inesperado, como contrabandista cobarde delante de los carabineros. Sin detenerse apenas a saludar como debía, desató el fardo y entregó el contenido con las manos trémulas, pero resuelto a todo.

Las habían recogido juntos, y al hacerlo sus manos trémulas y ávidas se encontraron entre el follaje. ¡Eh... dejar algunas! les gritaba inútilmente Ana. Amparo comía sin saber qué, por refrescarse la boca, donde notaba sequedad y amargor. Borrén miraba el grupo paternalmente, con ojos lánguidos de carnero a medio morir. La Tribuna pedía cuentas; Baltasar estaba por todo extremo obediente y cortés.

...Otra vez me veo entre cristal y cristal, liado en mi capa, el sombrero gacho, sobre las rodillas la manta, la inevitable maleta de cartón al lado. El coche resbala sobre el asfalto; pasamos entre el vaivén mundano, al anochecer, de la Carrera de San Jerónimo. A lo largo del paseo de las Delicias brillan, en la foscura, acá y allá, vacilantes, trémulas, entre el ramaje seco, las luces del gas.

Hablando así, el señor Breuil, los ojos arrasados en lágrimas, se había hincado de rodillas. La escena era demasiado tierna para no interesar el corazón artista de la Camargo, y sus manos trémulas estrecharon cordialmente las viejas manos de su adorador. No dijo, casados, no; ¿para qué? La edad de las pasiones está ya lejos. Seremos amigos, nada más que amigos... Y el Sr.

Las luces de la ciudad se reflejaban trémulas en el dormido seno del Adour. ¡Cómo brillan las estrellas! exclamó Lucía. Y tirando repentinamente del brazo a Artegui para que se detuviese: ¿Cuál es preguntó aquella que brilla tanto? Se llama Júpiter. Es un planeta de nuestro sistema. ¡Qué bonita y qué resplandeciente!

Yo, trémulas las manos, trémula el alma, llevando entre mis brazos á la hermosa mujer amada, iba siguiendo el ritmo de alegre danza que modulaban las cadencias dulces de la guitarra. Y tras de muchos años, muchos, de amarla, por la primera vez á sus oidos mi voz llegaba; mi voz, que, balbuciente y entrecortada, se confundia con las notas trémulas de la guitarra.

Después se oyó el ruido que produjeron al entrar en el lago. El viento había arrojado muy lejos las nieblas que envolvían el lago, y la noche se presentó limpia y serena. En el oscuro manto del cielo principiaron á encenderse, como lejanas luces trémulas, algunas estrellas. El héspero corría á esconderse entre las montañas. La luna asomaba ya su disco resplandeciente por detrás de ellas.

El viejo doméstico estaba desencajado. Parecía que le habían echado en pocos días diez años encima. Así que vio al sacerdote le cogió, con sus manos trémulas, por las muñecas y exclamó con voz alterada: ¡Se muere, D. Gil! ¡Se muere! Y un raudal de lágrimas corrió por sus mejillas surcadas de arrugas. ¿Está tan grave?

Un viejo temblaba de fiebre. Había cogido unas tercianas en los arrozales, y sosteniendo el hachón con sus manos trémulas, vacilaba antes de meterse en el río. Entre, agüelo gritaban con fe las mujeres. El pare San Bernat el curará. Había que aprovechar las ocasiones. Puesto el santo a hacer milagros se acordaría también de él.