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y en las horas de tedio que una a una desfibro reposaré en las hojas de tu mágico libro donde pone un latido vital tu corazón. En la huella lunar de sus encajes puso, al pasar su sombra bizantina, un perfume de rosa alejandrina el extasis azul de los celajes.

Estaba indignado, al parecer, y su indignación la comunicaba de grado o por fuerza a los Infanzones. Señores exclamaba ya lo ven ustedes: esta capilla es el lunar, el feo lunar, el borrón diré mejor, de esta joya gótica.

Verdad es que conocía la historia de varios célebres misioneros cuyas virtudes honraban al cristianismo; pero siempre encontraba en su carácter un lunar que me hacía perder en parte mi entusiasta veneración hacia ellos. Sólo había podido, pues, admirar en toda su plenitud a los personajes ideales que he mencionado.

Caminaron lentamente en el crepúsculo. Arriba, la luz anaranjada del ocaso enrojecía suavemente las aristas de la roca, las arboledas, las fachadas blancas. Al borde del mar, la sombra era azul, una sombra de noche lunar. El cielo ensangrentado por la puesta del sol permanecía invisible para ambos detrás del peñón de Mónaco.

En ese momento del atavío, los detalles adquieren una importancia fundamental; el gracioso lunar, el rizo juguetón, todo aquello que constituye su personalidad, su diferenciación de las demás señoritas que también se presentan en sociedad, adquieren un relieve preponderante y definitivo. El lunarcillo y el ricito son invencibles; nada, nada, ¡invencibles!...

A la claridad lunar divisa por fin un monstruo de fantástico aspecto, pegando brincos prodigiosos, apareciendo y desapareciendo como una visión: la alternativa de la oscuridad de los árboles y de los rayos espectrales y oblicuos de la luna hace parecer enorme a la inofensiva liebre, agiganta sus orejas, presta a sus saltos algo de funambulesco y temeroso, a sus rápidos movimientos una velocidad que deslumbra.

Es tu acento el susurro que adormece del aura al retozar en la floresta, y el blando caramillo que solloza, bajo el beso lunar en primavera.

Andando a tientas por la oscuridad de la sala, abrió los postigos de la ventana; la luna puso en la alfombra dos cuadrados de luz. Algunos objetos emergieron, indecisos, y las caras de los retratos parecían manchas lívidas, suspensas en medio del marco dorado. Tenía todo algo de fantástico; se infundía en ella un ansia de cosas irreales. Se sentó en el radio de la claridad lunar.

La combinación de tonos aumentaba la enredosa prolijidad de esta obra, pues para que resultase armónica, convenía poner aquí castaño, allá negro, por esta otra parte rubio, oro en los cabellos del ángel, plata en todo lo que estuviera debajo del fuero de la claridad lunar.

-Eso basta -dijo Dorotea-, porque con los amigos no se ha de mirar en pocas cosas, y que esté en el hombro o que esté en el espinazo, importa poco; basta que haya lunar, y esté donde estuviere, pues todo es una mesma carne; y, sin duda, acertó mi buen padre en todo, y yo he acertado en encomendarme al señor don Quijote, que él es por quien mi padre dijo, pues las señales del rostro vienen con las de la buena fama que este caballero tiene no sólo en España, pero en toda la Mancha, pues apenas me hube desembarcado en Osuna, cuando decir tantas hazañas suyas, que luego me dio el alma que era el mesmo que venía a buscar.