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Le habían cerrado los ojos y la boca, pero su rostro conservaba siempre el gesto de amenaza que le era característico, y con el Santo Cristo, que oprimía maquinalmente entre las manos lívidas y como enceradas parecía en la actitud de un centinela que dormita armado para el caso de una sorpresa.

El vigilante dió un agudo silbido con un pito colgado al uniforme, y los penados, turbados en su sueño, se incorporaron con los ojos asombrados y las caras lívidas. Puede usted embarcar, milord. ¡Adelante! La embarcación hendió con su proa las aguas de la bahía, mientras Tragomer, perdido en sus pensamientos, se dejaba mecer por el movimiento acompasado de los remos al hundirse en el mar.

Sólo sus manos, lívidas zarpas veteadas de verde que penden inmensas de las muñecas, como proyectadas en primer término en una fotografía, se mueven monótonamente sin cesar, con temblor de loro implume. Pero en aquel tiempo Candiyú era otra cosa. Tenía entonces por oficio honorable el cuidado de un bananal ajeno, y poco menos lícito el de pescar vigas.

La existencia de este infierno interior se transparenta en los recursos insuperables de su arte, en el abismo negro de sus ojos, cargados con la enorme tristeza de haber visto pasar la dicha, en la nerviosa elocuencia de sus manos lívidas, en todas las actitudes de su cuerpo raquítico, delgado, desprovisto de atractivos sensuales, y sin embargo, tan imponente en los arrebatos homicidas de la tragedia, y tan envolvente, tan adorable, tan refinadamente femenino, en las horas azules de la caricia.

»A estas palabras, la palidez de la muerte cubrió su rostro; sus mejillas pusiéronse lívidas y cayó a mis pies inmóvil y como aterrado. »¡Ah! en aquel espantoso momento lo olvidé todo... Pasmada, fuera de , caí de rodillas ante él, sintiéndome dispuesta a seguirle. »¡Carlos! exclamé: Carlos, ¿me oyes? ¡Vuelve en ti para escuchar que te amo!

Así que refrescaba el viento, las cabezas medio sumergidas se coronaban de espuma, lanzando rugidos; montañas de agua penetraban sordas y lívidas en la marítima garganta, y había que izar la vela y huir cuanto antes de este callejón, caos ruidoso de remolinos y corrientes.

Don Juan Manuel le interroga, y de tiempo en tiempo un relámpago les alumbra y se ven las caras lívidas. ¿Traes una carta? , señor. Ahora no puedo leerla... Dime qué desgracia es esa... ¿Ha muerto? No, señor. ¿Hace muchos días que está enferma? Lo de agora fué un repente... Mas dicen que todo este tiempo ya venía muy acabada.

El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente dolorido. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.

Al fin me decido y vuelvo al bullicio: las 12 de la noche han sonado y no queda ya en las anchas veredas, desde el bulevar Montmartre hasta la plaza de la Opera, sino uno que otro grupo de retardatarios, y aquellas sombras lívidas, flacas y míseras, que corren a lo largo del muro y os detienen con la falsa sonrisa que inspira una piedad profunda... Todo ha pasado, el pueblo se ha divertido y M. Prud'homme, calándose el gorro de noche, dice a su esposa: Madame Prud'homme, on a beau dire: nous sommes dans la décadence.

Que los tenga muy felices Se ha mudado la decoración; ha pasado casi un año; corre el mes de enero. No llueve; el cielo está aborregado de nubes lívidas que presagian tormenta, y el viento costeño, redondo, giratorio como los ciclones, arremolina el polvo, los fragmentos de papel, los residuos de toda especie que deja la vida diaria en las calles de una ciudad.