United States or Poland ? Vote for the TOP Country of the Week !


He aquí la segunda noche que paso en este miserable cuarto, contemplando melancólicamente mi apagado hogar, escuchando, con estupidez, los rumores monótonos de la calle, y sintiéndome en medio de esta gran ciudad, más solo, más abandonado y más próximo á la desesperación que el náufrago que lucha en medio del océano sobre su roto pino. ¡Basta de cobardía!

Aquel silencio y aquella soledad elevaron hasta el colmo el sentimiento súbito que me venía de la vida, de su grandeza, de su plenitud y de su intensidad. Recordé lo que había sufrido, entre las multitudes o en mi casa, siempre aislado y sintiéndome perdido, en la medianía, y continuamente abandonado.

Carlos me aguardaba; yo corría a él llena de alegría y de satisfacción; sintiéndome dichosa al presente y esperándolo ser en el porvenir; pero quedé sorprendida al ver la tristeza que revelaba su semblante. ¿Qué podía él en aquella ocasión temer o esperar? ¡Yo estaba libre!

Vi en la existencia de los judíos convertidos de Mallorca, de los llamados chuetas, una novela futura. Luego, al volver a la Península, me detuve en Ibiza, sintiéndome igualmente interesado por las costumbres tradicionales de este pueblo de marinos y agricultores, en lucha incesante durante mil quinientos años con todos los piratas del Mediterráneo.

Se retiró a una habitación para leerlas a solas y al salir parecía aturdido. Estoy pronto dije, sintiéndome menos dispuesto que nunca a prolongar mi permanencia en Estrelsau. Tengo que extender un permiso para que podamos salir de la ciudad continuó Sarto, sentándose. Miguel es Gobernador de la plaza, como ustedes saben y hay que esperar que no nos faltarán obstáculos.

Sin duda... repuso a su mirada siempre interrogante, sintiéndome al mismo tiempo bastante enfriado al verme convertido en sujeto gratuito de divagación cerebral, primero, y en agente terapéutico, después. En ese momento entró Luis María. Mamá lo llama dijo al médico.

Sintiéndome vacilar, me senté en uno de los bancos que, como ya te he dicho, rodean la glorieta, y apoyé la cabeza sobre mis manos. Pasado algún tiempo levanté los ojos, y vi a Adela de pie y vuelta al otro lado, que confeccionaba un ramo de flores. Me levanté, fui hasta donde estaba y le pasé dulcemente un brazo alrededor del cuello, sin osar decir nada.

»A estas palabras, la palidez de la muerte cubrió su rostro; sus mejillas pusiéronse lívidas y cayó a mis pies inmóvil y como aterrado. »¡Ah! en aquel espantoso momento lo olvidé todo... Pasmada, fuera de , caí de rodillas ante él, sintiéndome dispuesta a seguirle. »¡Carlos! exclamé: Carlos, ¿me oyes? ¡Vuelve en ti para escuchar que te amo!

Y yo venía triste, recordando las Navidades pasadas en mi infancia y en mi juventud, y sintiéndome desgraciado por verme en estas montañas solo con mis recuerdos! ¿Qué valen aquellas fiestas de mi niñez, sólo gratas por la alegría tradicional y por la presencia de la familia? ¿Qué valen los profanos regocijos de la gran ciudad, que no dejan en el espíritu sino una pasajera impresión de placer? ¿Qué vale todo eso en comparación de la inmensa dicha de encontrar la virtud cristiana, la buena, la santa, la modesta, la práctica, la fecunda en beneficios?

Por todo lo que he oído decir, es usted una joven animosa, capaz de recibir sin flaquear un golpe inesperado. Basta de preámbulos, se lo ruego, doctor dije, sintiéndome palidecer. ¡Bueno! A tampoco me gustan los preámbulos. Su hermana... Y al decir esto, sin embargo, se detuvo. ¡Mi hermana... está en... peligro de muerte, doctor! Había querido parecer fuerte, pero las piernas se me doblaban.