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Actualizado: 12 de junio de 2025


El tiempo se descompuso, en efecto; el cielo blanco se tornó plomo, y en las horas más calientes se transparentaban en el horizonte lívidas orlas de cúmulos. El termómetro a 39 y el viento norte soplando con furia, trajeron al fin doce milímetros de agua, que Fragoso aprovechó para su maíz, muy contento. Lo vió nacer, lo vió crecer magníficamente hasta cinco centímetros, pero nada más.

Se quedó delante de , el látigo con mango de concha entre los dientes, lívidas las mejillas, los ojos inyectados, salpicándome de sangrientos resplandores; luego dejó oír una o dos carcajadas convulsivas que me helaron. Su caballo volvió a partir a escape tendido.

Andando a tientas por la oscuridad de la sala, abrió los postigos de la ventana; la luna puso en la alfombra dos cuadrados de luz. Algunos objetos emergieron, indecisos, y las caras de los retratos parecían manchas lívidas, suspensas en medio del marco dorado. Tenía todo algo de fantástico; se infundía en ella un ansia de cosas irreales. Se sentó en el radio de la claridad lunar.

Todos parecían sonreir con sus bocas lívidas y sus ojos febriles á las primeras tierras del Mediodía que asomaban entre la bruma matinal, coronadas de sol, cubiertas de la regia vestidura de sus pámpanos. Los hombres del Norte tendían sus manos á las frutas que les ofrecían las mujeres, picoteando con deleite las dulces uvas del país.

El mar batió furioso, en ciertos días, la cadena de islas y peñascos que forma entre Ibiza y Formentera una muralla de rocas, aportillada por estrechos y freos. En estos pasadizos marítimos, las aguas, antes tranquilas, de un azul profundo que refleja los fondos de arena, arremolinábanse lívidas, chocando contra las costas y las rocas sueltas, que desaparecían y emergían en la espuma.

Los cielos cenicientos y sombríos, crespas las hojas, lívidas y mustias, y era una noche del doliente octubre del tiempo inmemorial entre las brumas, era en las tristes márgenes del Auber, el lago tenebroso de aguas mudas, ante los bosques tétricos del Weir, la región espectral de la pavura.

Todos, al pie de la pizarra, miraban como Rocchio, angustiados, con el terror pintado en las caras pálidas, más que pálidas, lívidas.

Muchos caerían aún en las últimas convulsiones de la batalla que continuaba á sus espaldas, agitando con un trueno incesante la línea del horizonte... Vió pantalones de grana que emergían de los rastrojos, suelas claveteadas que brillaban en posición vertical junto al camino, cabezas lívidas, cuerpos amputados, vientres abiertos que dejaban escapar hígados enormes y azules, troncos separados, piernas sueltas.

Otros quedan sepultados en las cumbres lívidas y al primer deshielo, sus compañeros entierran piadosamente los restos de aquel que les muestra cómo acaba la triste ruta de la vida. Don Salvador era uno de esos hombres; su voz, ligeramente ronca, revelaba que había pasado más de una noche terrible entre los hielos.

Me levanto: me he retirado de la redacción a las dos de la madrugada; es preciso salir... Las calles están desiertas; pasa de cuando en cuando un obrero, con blusa azul, cabizbajo, presuroso, las manos en los bolsillos, liada la cara en bufanda recia; pasa una moza con el mantón subido, pálida, ornados los ojos de anchas ojeras lívidas; pasa un muchacho con un enorme fajo de carteles bajo el brazo.

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