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Dejo el periódico; trato de dormir otra vez; abro de nuevo los ojos, exasperado. En la negrura, la estrella titilea, blanca, violeta, azul, anaranjada; una luz pasa vertiginosa y marca sobre los cristales una encendida estela fugitiva. Y cuando el tren se detiene de pronto ante una estación solitaria, oigo, en el profundo reposo de la llanura, el tric-trac del telégrafo, sonoro y presuroso.

Te amo... te necesito. ¡Yo te tendré! Sobre el lomo del Cap-d'Ail descendía la esfera anaranjada del sol. Su borde interior tocaba ya la línea ondulante de los jardines y los edificios. Por un momento concentró sus rayos en haz á través de la columnata de un belvedere, como si se asomase á un arco de triunfo antes de morir.

Además de su fruta, de la que se extrae un ácido para refrescos, se utilizan las raíces en ebanistería. Santol. Alcanza hasta 12 metros de altura. una fruta muy apreciada del indígena; su madera es fuerte y de bastante duración. Sibucao. Madera rojiza anaranjada.

En la mesa grande, casi vacía, se alzaban solitarios los altos floreros, y a la luz escasa era lúgubre la mancha blanca del enorme mantel, semejante a un sudario. Sobre el mostrador, un quinqué de petróleo despedía en torno un círculo de claridad anaranjada, concreta, y el amo del establecimiento sirviéndole de pupitre la tableta de mármol , escribía guarismos en una gran agenda.

Y las tinieblas tornan impenetrables. La ventanilla está elevada hasta el comedio; por el espacio abierto, en la negrura intensa del cielo, una estrella fulgura, ya blanca, ya azul, ya violeta, ya anaranjada, en rápidos, en vivos, en misteriosos cambiantes. El tren corre frenético por la llanura infinita de la estepa.

Calló el piano, guardándose su ronca y temblona voz de viejo, y el enjambre joven, atropellándose, corrió al comedor. ¡Vive Dios, que se estaba bien allí, sentados ante el blanco mantel, con los balcones abiertos y en los ojos el extenso paisaje, que, con la luz anaranjada de la caída de la tarde, iba velando sus tonos brillantes y parecía adormecerse!

Caminaron lentamente en el crepúsculo. Arriba, la luz anaranjada del ocaso enrojecía suavemente las aristas de la roca, las arboledas, las fachadas blancas. Al borde del mar, la sombra era azul, una sombra de noche lunar. El cielo ensangrentado por la puesta del sol permanecía invisible para ambos detrás del peñón de Mónaco.

Y mientras él se alejaba, en la esquina de la Catedral aparecía, el honrado y pacífico míster Robert, en busca de su tranvía, el de la luz roja; el día ha sido malo, el trabajo rudo y piensa con delicia en el hogar, donde va a encontrar el descanso del cuerpo y del espíritu. Pasa la luz verde, la azul, la anaranjada, pero la roja no se columbra todavía.

De unos tulipanes de cristal trenzado, suspendidos en un ramo del techo por un tubo oculto entre hojas de tulipán simuladas en bronce, caía sobre la mesa de ónix la claridad anaranjada y suave de la lámpara de luz eléctrica incandescente. No había más asientos que pequeñas mecedoras de Viena, de rejilla menuda y madera negra.

Llamábanle de mote el Tuerto. La mujer no es bizca como su marido, ni morena; pero tiene los cabellos tan cerdosos como él, y una rubicundez en la cara, entre bermellón y chocolate, que no hay quien la resista. Gasta saya de bayeta anaranjada, jubón de estameña parda y pañuelo blanco á la cabeza.